sábado, 9 de abril de 2016

Poesías de José Díez Montes

Presentamos aquí algunas de las muchas poesías que ha escrito  “Joselito”, como lo conocemos en el pueblo, a lo largo de su  vida. De  su vocación artística-literaria,  ha dejado un sinfín de poemas que ha ido sembrando por doquier, como si se le hubieran ido “cayendo de sus manos”, como decía Fray Luis de León.

Una pena que sólo podamos presentar estas pocas poesías de las muchas que ha escrito y que están diseminadas en manos de muchos particulares. Trataremos de ir recopilando las que podamos para presentarlas aquí en lo sucesivo.

En estas pequeñas muestras, en versos clásicos, se pueden apreciar sus cualidades poéticas, fruto de su  sensibilidad para captar los sentimientos de amor y de dolor más profundos de las personas, escondidos y ocultos entre el quehacer ordinario de cada día, traer al presente el recuerdo de las vivencias de su niñez,  y la belleza del paisaje de su pueblo  creada por el Supremo Hacedor,  a la que contribuye la actividad  del hombre.


EN LA PEÑA
En la noche otoñal de sementera
cuando alumbra la luna al vasto llano,
está dormido el mozo castellano
de su duro bregar tras la mancera.
En tanto tú te quedas, hilandera,
al calor hogareño del serano
dando vueltas al huso entre tus manos,
labrando en la rueca, placentera,
mazorcas de hilo blanco que compones
con el alma, pensando en los gañanes
que ganar también saben corazones.
Desgranando, al rondar de los galanes,
mazorcas de hilo blanco que compones, 
tendrás el mejor premio a tus afanes.

José Díez Montes

PRIMAVERA
Se elevan las espigas a la altura
y rebosa de gozo la campiña.
¡Qué plenitud de luz en su hermosura!
El viento suavemente desaliña
los árboles frutales. La llanura
semeja el rostro virgen de una niña
que mirando a lo alto, casta y pura, 
con las nubes del cielo se encariña.
Y cuánta majestad, cuánta grandeza
del Divino Hacedor en la besana.
Sonriente y feliz naturaleza
tiende su manto verde, y Dios desgrana, 
con sus manos divinas, la belleza
que viene a repartir cada mañana.

José Díez Montes



PATRIA
(Donde están las cosas que te llegan al alma, ahí está tu patria y tu matria)

Ha llovido esta noche en la majada,
me ladraban los perros al oído,
desde el teso lejano a la quebrada.
Suavemente las aguas han caído,
en compases acordes, amorosas,
que la tierra, sedienta, ha recibido.
Yo he cogido mis bártulos, mis cosas,
herramienta eficaz de cada día,
que manejan mis manos afanosas,
y hacia el ancho sendero al que me guía,
la mano de mi Dios, mi Dios ausente,
ha salido en su buena compañía.
He llegado al arroyo y a la fuente,
y en sus blandos espejos cristalinos,
he mojado los labios y la frente.
Voy sembrando el amor por los caminos
de esta tierra bendita donde tengo
por hermanos las piedras y los pinos
y con ellos, a solas, me entretengo
contemplando su clara sonrisa
de la tierra feraz de donde vengo.
Compañeras, las aves y la brisa
me vienen a cantar cada mañana,
y a enjugar el sudor de la camisa.
Aquí encuentro la paz, aquí la gana
de seguir empeñado en la tarea
de la lucha sincera, cotidiana.
Aquí me place el mirlo que gorjea,
resignado en la paz de su negrura,
cuando a solas cantando se recrea.
Y la alondra, cautiva de la altura,
y el dulce colorín de la retama,
y el casto ruiseñor de la espesura.
Todo me es familiar, todo me llama,
en idioma distinto, de mil modos.
Los sauces y los juncos y la grama
todos saben mi nombre, y yo el de todos,
porque saben mi amor y mi trabajo,
y el dolor de mi carne y de mis codos.
La ladera, el alcor, la cima, el bajo
y la encima, el chopo y el sendero,
y el camino del pueblo y el atajo,
y las nubes que vienen del otero.
Y la brisa que va a la lejanía
perfumando tomillos y romero.
Porque aquí voy dejando cada día
el rastro de mi paso peregrino,
viajero en la pena y la alegría.
Y a lo largo del áspero camino,
que conduce mis huellas silenciosas
a la orilla del último destino,
a las haciendas voy, dificultosas,
y en mi anhelos ando diligente,
aquí pisando espinas, aquí rosas.
Sobre esta tierra, pródiga y caliente
de la mano de Dios, a su llamada,
mi huella va siguiendo diligente.
Aquí tengo ya el alma acostumbrada,
el corazón a todos los cuidados,
y a todos los caminos la pisada.
Aquí paso las horas confiado,
mis sentidos del tiempo en la carrera,
en su silencio suave, reposado.
Sobre esta tierra hermosa, lisonjera,
en mis puros afanes cotidianos
la vida se me va por su ribera.
Aquí conozco bien la voz hermana
y me gusta escuchar la voz amiga.
La vida silenciosa se desgrana
hasta que Dios, calladamente, diga.
José Díez Montes

ANTE LA CRUZ

Tú me has dado, Señor, cuanto podías,
si te diste en la cena todo entero,
qué más puedo pedirte si más quiero,
o qué cosa más darme Tú podrías,
si quedaste por mí, cuando morías,
de Tu amor infinito prisionero,
colgado de la cruz en un madero.
Tú ya has dado, Señor, cuanto tenías,
mas, si no te quedó nada que darme
ni a mí otra alguna cosa que pedirte
sino sólo la suerte de quererte,
dame gracia, Señor, para adorarte.
Dame fuerza, Señor, para seguirte
hasta el fin de mi vida, por Tu muerte.
José Díez Montes

Cofradía de Santa Isabel

El Libro de la “Cofradía de Santa Isabel” conserva las actas desde el año 1640 al 1794. En un acta de 1684 nos dice que “la iglesia de Santa Isabel tiene misa de jubileo de misa grande e indulgencias el día de la Visitación de la Virgen nuestra Señora (dos de julio, día de la fiesta del pueblo)  y del Día de Todos los Santos, el día de Reyes y el día de La Asunción de Nuestra Señora y de los mártires San Julián y San Sebastián”.
Ermita de Santa Isabel. Como se puede apreciar, la ermita ha sufrido reformas. La  parte de la sacristía , a la izquierda, hecha de cantería  labrada, es la más antigua. El pórtico o soportal cubierto (“el portalito”)  perteneció a la construcción primitiva y se colocó donde se halla ahora, hacia 1784, cuando se trajo la piedra de la ermita de San Juan para ampliar ésta

Ultimamente, la ermita ha sido restaurada, con muy buen gusto, por cierto, mediante el trabajo y aportaciones  de los vecinos que viven en el pueblo sobre todo, y de los que viven fuera. Pero es preciso hacer una mención especial  a Alfredo González y José Antonio Vicente Montes por su sacrificio desinteresado,  entrega, buen gusto y horas de trabajo dedicadas en la obra.

De 1640 es la primera acta que se conserva de la  Cofradía, pero se debió fundar anteriomente, pues habla de los cofrades nuevamente renovados. Ese año las primeras cofrades que se nombran de La Peña son Catalina Vicenta, viuda de Juan Sánchez,  y Magdalena y sus hijos.

Posteriormente se cita al párroco del lugar, licenciado Juan Sánchez. Del pueblo se nombran otros 63 cofrades por su nombre. Sólo se cita  al o a la cabeza de familia, no a cuantos dependían de él o de ella, que también formaban parte de la cofradía.

Pero a la cofradía no  solamente pertenecían las personas del pueblo, sino que  estaba abierta también a cuantos quisieran formar parte de ella de otros lugares. Así, ese año de 1640 había inscritos en la cofradía, de los pueblos cercanos a la Peña:

37 cofrades de la Cabeza de Faromontanos (sic)
8 de Almendra
4 de Villar de Ciervos
15 de las Suces (sic)
4 de Masueco
41 de La Vídola
24 de Cabeza del Caballo

Imagen de Santa Isabel, cuya fiesta se celebra el dos de julio, restaurada con las aportaciones de los vecinos del Pueblo

Del resto de pueblos que se mencionan: de  Valsalabroso, Fuentes de Masueco,  la Zarcita,  Valderrodrigo,  Robledo, Robledino,  Laygal (sic),  Adeadávila,  El Milano,  Pereña, de Cerezal de Peñaorcada (sic), no se dice  cuántos pertenecían.

En 1690 hay un aumento considerable de cofrades.
En La Cabeza de  Faromontanos (sic) pasan de 37 a 60
En Valsalabroso hay más de 50
En Almendra 8
En Villar de Ciervos pasan de 4 a más de 30
En Robledo 3
En Masueco  de 4 a más de 35
En Cabeza del Caballo de 24 pasan a más de 40
En La Suces (sic) de 15 a 30

De los cofrades, generalmente, sólo se nombra al o la cabeza de familia, pero era frecuente que lo fueran también la esposa, hijos y, a veces nietos, por lo que su número se elevaba considerablemente. Ello nos da idea de la devoción que se tenía  a Santa Isabel en los pueblos cercanos a La Peña y ello explica que la afluencia de  fieles de otros pueblos a la celebración de la fiesta de la Visitación, el dos de julio, se convirtiera en una auténtica romería.
La imagen de Santa Isabel llevada en procesión por los cofrades, autoridades y el pueblo, desde la iglesia a la ermita, el día de su fiesta


El año 1677 se le dan 2372 reales a Juan Vicente, seguramente mayordomo aquel año,  para que en el plazo de un mes compre a Santa Isabel “Un manto de tela precioso”;  y se compró también un pendón que costó 1841 reales de vellón. El 1748 se hacen reparaciones de la chilla, por peligro de desprendimientos, por valor de 134 maravedíes.

En el Catastro del Marqués de la Ensenada de 1753 se dice que la ermita de Santa Isabel tiene un censo redimible  de 900 reales de vellón de principal (préstamo que hace la ermita) y 27 reales de réditos anuales   que recibió  D. Juan Caballero, vecino de Aldeadávila, y hoy pagan sus herederos.

En 1765 se le compra una diadema de plata para la cabeza por 163 reales. El 1780 se hace una sacristía nueva que costó 1200 reales de vellón y la hizo Manuel Rodríguez, vecino del lugar.

El 1784 el obispado  manda al beneficiado de la iglesia de La Peña  (al párroco) “ que  se traiga la piedra de la ermita de San Juan que esta arruinada y solo tiene las paredes en atención a que esta santa  Imagen está colocada en la ermita de Santa Isabel y no hay caudal” (presupuesto para arreglarla) (“Libro de fábrica” de la Iglesia), por lo que se deduce que la ermita se agrandó y reformó a partir de ese año.

La imagen de San Juan, de la que  habla , era seguramente la que  se conserva en la ermita y que hemos conocido desde siempre. Para completar la familia de Santa Isabel, los hermanos y vecinos de La  Peña, Alonso,  fallecido en abril de 2014, y Javier Melado donaron a la ermita una imagen nueva de San Zacarías.

El 12 de octubre de 1700 se hace un inventario de  la ermita de Santa Isabel  en el que además de manteles, velas, misal, flores, etc., se enumeran dos campanas, una pequeñita (¿la de ánimas?, dos cruces, una de madera  dorada y otra con un cristo de plomo, un cáliz de plata con patena, dos casullas de “catalupha” (tejido de lana afelpado),  de flores encarnadas, de seda.

Coro del pueblo cantando en la plaza para el público asistente, bajo un sol de justicia, con motivo de la fiesta, el dos de julio y  que se celebra  el primer fin de semana de ese mes

En 1710 había un arca de tres llaves donde se metía el dinero de las donaciones.

El libro se cierra en 1794, haciendo constar que Juan de la Diega debe cuatro fanegas de centeno. A partir de aquí comienza el libro nuevo que no hemos podido consultar por no hallarse en el archivo del obispado.

De las imágenes de los santos de la ermita, nada se dice en el inventario. Hoy  hubiera sido interesante, aunque sólo fuera para satisfacer nuestra curiosidad. Pero seguramente pensaban entonces que las imágenes no eran algo que pudieran desaparecer tan fácilmente.
Sinforiano (“Morete”, de nombre artístico), vecino de La Peña, y otros cuatro tamborileros que lo acompañan, amenizando la fiesta de Santa Isabel en la plaza, donde tantas veces y durante tantos años lo han hecho otros tamborileros del pueblo, entre ellos especialmente el gran tamborilero Cándido Montes, fallecido hace poco, y a quien dedicamos un sentido recuerdo. Tanto ellos como las bailarinas van ataviados con típicos trajes de la región

Y Aunque Santa Isabel no tenga hoy cofrades inscritos como en el pasado, se  puede decir que cada vecino del pueblo se sigue considerando cofrade de la Santa, por quien siente auténtica veneración. Prueba de ello es la cantidad de personas, emigrantes   del pueblo, que acude cada año  a celebrar  el día de la fiesta, aunque no estén  todavía de vacaciones. 

Desde los puntos más remotos de España, vuelven al pueblo a participar en la cena de hermandad  que ofrece al Ayuntamiento  la víspera,  y al día siguiente, en la misa, en la procesión, en el vino español,  en los juegos y en los bailes que se celebran en su honor.

La fiesta de Santa Isabel ha sido siempre fecha de reencuentro de las familias y amigos separados por la distancia, de convivencia  de los que vienen de fuera con los que han permanecido, de vivencias nuevas, distintas  y de aprendizaje para niños y jóvenes que han nacido fuera y tienen una parte de sus raíces y sentimientos en el pueblo y que más tarde serán continuadores de la tradición.

Y un recuerdo de nostalgia empaña la ausencia de quienes se encuentran lejos ese día por los distintos  avatares de la vida o porque ya nos han abandonado definitivamente.

Fruto de ese cariño y devoción por  Santa Isabel y cuanto representa para el pueblo,  es la abnegación, el trabajo y las aportaciones con que los vecinos, con gran sacrificio, han contribuido estos años recientes para restaurar la imagen y la ermita. Todo ello realizado con buen gusto, devolviéndole el esplendor que tuvo en épocas pasadas.

Las personas de los pueblos más cercanos siguen acudiendo a la fiesta, como en otros tiempos. Antes  acudían con los medios de transporte al uso. Se solía decir   que el día de Santa Isabel no había casa en La Peña en que no hubiera al menos un invitado forastero. 

Hoy, con los nuevos medios de transporte, muchos  siguen viniendo a la misa y procesión, o a los juegos y bailes populares, honrando a los vecinos del pueblo con su presencia y contribuyendo con ello a realzar su festividad.

Resumen del catastro del "Marqués de la Ensenada" (Realizado en La Peña el 25 de enero de 1753)

El Catastro del Marqués de la Ensenada fue puesto en marcha por Real Decreto del rey Fernando VI el diez de octubre de 1749. Entre 1750 y 1754 todas las poblaciones de Castilla, entre ellas La Peña, fueron interrogadas sobre cuarenta preguntas. He aquí las principales: 

Extensión y limites del pueblo o ciudad, medidas de capacidad y superficie que se usan, diezmos y primicias, minas, salinas, ganados, molinos y otros artefactos, vecinos, jornaleros, pobres, conventos, casas y edificios, bienes propios y del común, sisas y tributos, gastos del común, fuentes, impuestos, actividades industriales como panaderías, tabernas, mesones y tiendas, puentes, mercados y ferias, hospitales, cambistas y mercaderes, tenderos, boticarios, arrieros, médicos, albañiles, canteros, carteros, herreros, zapateros, bienes enajenados y rentas propias del rey.

Cargas, impuestos y pagos

A la iglesia tenían que pagarle los diezmos. El diezmo era la décima parte de los frutos y animales que debían dar los feligreses de la parroquia y dueños de las tierras.
Los diezmos importaban al pueblo 34 fanegas de trigo, 312 de centeno, 18 de cebada y 1319 reales.
Las primicias eran la cuadragésima y sexagésima parte de los primeros frutos de la tierra y el ganado. En la Peña se daban  a la iglesia por las primicias 19 fanegas de trigo, 25 de centeno y 6 de cebada.
Por el voto al Santo Apóstol Santiago había que dar 8 fanegas de trigo y 17 de centeno.
Al duque de Albuquerque se le pagaban, entre otros impuestos, el Pedido,  el Yantar, la Martiniega, las Tercias, las Alcabalas, el portazgo, sisas, escusado…, de los que ya hemos hablado.

El Pedido, fue primero el  derecho del rey a solicitar el servicio militar de los hombres del reino en casos de peligro o su compensación económica. Posteriormente fue un impuesto fijo que se imponía a las ciudades y pueblos.
El Yantar, tributo en dinero que se pagaba al rey y séquito.  Desde el siglo XIII se convirtió en un impuesto fijo.
Martiniega, llamado así por cobrarse el día de S. Martín, el 11 de noviembre. Era un tributo pagado por cada villano por el disfrute de la tierra y en reconocimiento del dominio ajeno sobre el predio que poseía.
Tercias, percepción en Castilla de los 3 / 9 de los diezmos que se pagaban a la iglesia.
Las Alcabalas, en principio eran un impuesto local, después se generalizó. Se cobraba el 10 % del valor de las mercancías, algo así como el IVA actual.
Escusado cesión del diezmo de la tercera mayor casa o hacienda de cada parroquia al señor de Ledesma.
Portazgo, impuesto que se pagaba  a las puertas de las ciudades sobre las mercadería que los forasteros llevaban para vender y por cruzar los puentes con ganados
Sisas: Impuesto  que consistía en descontar de la mercancía. una cantidad de unidades o en el peso en ciertos productos, como pan, carne, vino, harina… El precio de la cantidad descontada era la sisa, como la maquila que se pagaba a los molineros.

Otros pagos

Por gastos de la villa y tierra 300 reales.
Al receptor de impuestos         12 reales.
A los locos de Valladolid         14 reales.
Al cirujano del lugar               550 reales.

Propietarios de La Peña en 1753

Llama la atención que los habitantes de La Peña sólo eran propietarios de tres yugadas y tres cuartos de otra de las 36 que tenía y tiene el término, y el resto pertenecían  a personas o familias de fuera de él.

Los propietarios del pueblo eran:
Francisco Hernández con media yugada
Pedro Díez una yugada
El Vínculo una yugada
Manuel Martín Una yugada.
Isabel …       un cuarto de yugada.

Los  propietarios de fuera del pueblo eran:
El seminario de Masueco, 9,5 yugadas
Dña Beatriz Maldonado, de Salamanca, que las administran las  religiosas de San Francisco de esa ciudad,  8 yugadas
 D. Antonio Sendín Calderón, de Villarino, 6 yugadas
Capellanía de Masueco que fundaron José Ramón y Ana López y goza Antonio Valentín, de Salamanca, 1,5 yugadas
Otra capellanía de Masueco, 0,5 yugadas.
1 yugada  Alejandro Sierra de Pereña
Media yugada  Joaquín Malo, de Salamanca
1 yugada  Francisco Gonzáles del Milano
1 yugada  Dª Leonor Sierra de Pereña
1 yugada  Juan Gonzalo de Cabeza del Caballo
Un cuarto de yugada  Beatriz Montes de La Vídola
Media Yugada  Manuel Martín de La Vídola
1 yugada  Juan Antonio Maldonado de Salamanca

Ganadería, industria y otras actividades

Se habla sobre todo de ovejas y cabras. Había una piara  que sólo era de un propietario con 175 cabras, y seis más de cabras y ovejas mezcladas, tres de otros tantos propietarios y las otras tres, de cuatro o cinco. En total había 410  cabezas de ganado caprino de los que 290 eran cabras, 387 machos cabríos y 920 de ovino, 361 eran ovejas, 539 carneros y 46 borregos.
Las siete piaras pertenecían:
1ª) A Francisco Hernández, con 175 cabras
2ª) A Domingo Casado, Juan Casado y Manuel Casado con 150 cabezas de lanar y 70 Cabras.
3ª) A Francisco Pacho con 120 Cabezas de lanar y 80 de cabras.
4ª) A Juan Criado, Isidoro Martín, Juan García, Francisco Vicente y Luis de Montes 200 ovejas y 100 cabras.
5ª) A Amores Castilla con 100 de lanar y 70 cabras.
6ª) A Cristobal González, Juan Domínguez, Juan Vicente e Isabel Castilla con 150 de lanar y 10 cabras.
7ª) A Pedro Díaz con 200 cabezas de lanar y 70 cabras.

No se habla de los molinos de El Regato las Llosas, por lo que en la fecha del Catastro no estaban en funcionamiento. Sólo se habla del molino del Pozo Patetas que pertenecía a cinco propietarios  con una parte cada uno, que eran Juan Hernández, Manuela Martín, Francisco Pacho, Isidoro Martín y Juan Calvo que tenía dos partes.

Cuatro familias se dedicaban a la producción de miel, además de otros menesteres, que eran Francico Vicente, Francisco García, Juan Criado,  y Francisco González.

Locales: Había 16 pajares de teja, y 16 de escobas, 2 boíles de teja (corrales de bueyes), tres corrales y dos solares de los dueños de las yugadas (21)

Nota sobre las monedas

En el siglo XIX el rey José Bonaparte acuñó dos sistemas monetarios basados en el real como unidad monetaria con dos valores: El real español de plata y el real de vellón de aleación de cobre y plata. Uno de plata valía 2,5 reales de vellón. Fernando VII (1808-1833) fue el último en acuñar el real tradicional de plata español y emitió monedas de 1, 2, 4, y 8 maravedís en bronce y de 4, 10 y 20 reales en plata y de 80, 160 y 320 reales en oro. Isabel II (1833-1868) acuñó monedas de 1, 2, 4, y 8 maravedíes en cobre; de 1, 2, 4, 10 y 20 reales en plata y de 80 reales en oro. También fueron acuñadas monedas de 1/2, 1 y 2 décimas, como ½ de real en cobre, 5, 10 y 25 céntimos de real  en cobre y de 20, 40 y 100 reales en oro. Todas estas monedas se emitían bajo la denominación de “vellón”. La peseta se acuñó en 1868, tras el derrocamiento de Isabel II. Las denominaciones de escudo, real, maravedí,… desaparecieron bajo el nombre de “peseta”, nombre ya usado en el reinado de Isabel II. (Tomado de la Wikpedia).

Importancia religiosa del pueblo

Nuestro pueblo era uno entre tantos en la jurisdicción de Ledesma hasta el siglo XIX, pasando desapercibido y siempre dependiendo de otros más importantes en población y economía, pero no era así, sin embargo, en cuanto a su importancia  religiosa en la comarca. Antes, al contrario, fue uno de los más importantes, llegando a ser considerado para la diócesis, como centro de influencia y de irradiación religiosa entre los pueblos cercanos.

De la Peña dependían, como anejos, La Vídola, Valsalabroso, Las Uces y Villar de Ciervos (Samaniego). La  Peña era como un arciprestazgo del que dependían estos pueblos en el plano eclesiástico, tanto espiritual como administrativo  para el cobro de los impuestos eclesiásticos de los diezmos y primicias. A tal efecto, en el lateral norte de la iglesia, en la plazuela de la escuela antigua, se encontraba La Cilla, un local anejo a la iglesia, hoy desaparecido, donde se recogían los tributos eclesiásticos del pueblo y de los que dependían de él.

En el aspecto religioso, La Peña era el lugar elegido por el obispado, donde se reunían, cada ciertos años, los niños y jóvenes de los pueblos vecinos que querían recibir el sacramento de la Confirmación. Así consta en los archivos del  obispado en documento firmado en la parroquia del pueblo el 21 de octubre de 1672, haciendo constar que unos 60 jóvenes y niños, de ambos sexos, se reunieron en La Peña para recibir dicho sacramento de manos del obispo.

El obispado siempre consideró a La Peña como centro de irradiación religiosa por la importancia de sus cofradías  y peregrinaciones. De los  pueblos vecinos acudían en romería el tres de mayo innumerables peregrinos a solicitar los favores milagrosos que se atribuían al Santo Cristo de La Peña,  según contaban los más ancianos del lugar. Ese Cristo milagroso  se hallaba en la ermita del mismo nombre, ya desaparecida.

Era tal afluencia de peregrinos, que la llanura del Coto Rapado, detrás de la ermita, se llenaba de carros y caballerías de  los romeros que acudían de fuera, ya desde la víspera, y pasaban  la noche al raso, si no encontraban quien los acogiera en el lugar,  entre plegarias,  cantos y el alboroto de los jóvenes y  de los niños.

De la ermita se encargaban los hermanos de la cofradía de la Vera Cruz. Después de las celebraciones del día de la Veracruz, se procedía a repartir entre todos los cofrades el pan de la caridad y  el vino,  servido en unas tazas de plata con dos asas, llamadas  bernegales.

Casi todos los santos de la iglesia tenían  su cofradía. Y es a partir de mediados del siglo pasado, con la emigración a las ciudades, entre otras causas, cuando  van languideciendo, hasta desaparecer por completo. De las últimas en extinguirse fueron  la del Corpus, que desapareció en la segunda mitad del siglo pasado, y la de San Antonio, santo al que se tenía gran devoción en el pueblo, por aquello de proteger a los animales domésticos.

Pero las más importantes desde el siglo XVI fueron, sin duda, la de Santa Isabel, la de La Vera Cruz , la de la Virgen del Rosario y la de las Animas. De estas cuatro se conservan los libros en el  Archivo episcopal de Salamanca y abarcan desde mediados del siglo XVII a finales del  XVIII. Habrá que ver si  aparecen  los posteriores.


Referencias a La Peña en diccionarios

A continuación transcribo literalmente lo que dicen de La Peña el Diccionario de SEBASTIÁN MIÑANO y BEDOYA del año 1828 y el Diccionario geográfico de MADOZ, publicado en 1845, con algunos errores geográficos que saltan a la vista en este último.


“DICCIONARIO GEOGRÁFICO-ESTADÍSTICO DE ESPAÑA Y PORTUGAL” de SEBASTIÁN MIÑANO Y BEDOYA DE 1828

Peña  (La)
“L.S. de España, provincia y obispado de Salamanca, roda de Mieza. A. P. 64 vecinos, 267 habitantes, una parroquia, tres ermitas: pertenece al condado de Ledesma (véase). Situado en un llano despejado, circunvalado de monte a corta distancia. A su derecha hay una gran roca cuya altura puede calcularse como de unas 24 varas, y de diámetro de la superficie de la tierra como de unas 150. Lo particular que hay es que está sola esta roca, y a sus inmediaciones no se hallan más que piedras mucho más pequeñas y a larga distancia, de modo que en el llano no se ve más que el pueblo y dicha roca. El origen del nombre de este lugar, según parece, viene en razón a estar fundada la población al abrigo de dicha peña. Su  término y monte producen frutos cereales, pastos, bellotas, vino y leña.. Se halla al E. de Masueco, al S. de Pereña, y al NNO. de las fuentes de Masueco( sic). Dista 14 leg. de la capital y ocho al O. de Ledesma. Contribuye 1,413 rs., 6 mrs., Derec .(19) enagenados (sic) 346 rs. 26 mrs”.

“DICCIONARIO  GEOGRÁFICO” DE MADOZ de 1845

Peña (La)

“Lugar con ayunt, en la provincia y diócesis de Salamanca (14 leguas), partido judicial de Vitigudino (5), audiencia territorial de Valládolid y ciudad g. de Castilla la Nueva. Está SIT. en el declive de una cuesta pequeña al O. fundado sobre lastras; el CLIMA es templado y sano y no se conocen enfermedades de mal carácter. Se compone de 75 CASAS de mediana construcción; tiene una escuela de instrucción primaria; tres fuentes de cuyas aguas se surten la vecindad; iglesia parroquial (San Pedro), servida por un beneficiado de término, á cuyo cargo están los anejos de La Vidola, Villar de Ciervos, Las Uzes y Balsalobroso ; y un cementerio que en nada perjudica á la salud pública. Conlina el TÉBM. por el N. con los de Pereña y Cabeza de Fromentanos, part, de Ledesma; E. el anterior y Villar de Ciervos (20); S. La Vidola, y O. Masueco y Aldeadávila de la Rivera; pasa por este la rivera de Pereña que divide el término de dicho pueblo con el que describimos. El TERRENO es de mediana calidad, casi todo arenisco y de secano. Los CAMINOS conducen á los pueblos inmediatos. El CORREO se busca en la estafeta de Vitigudino. PROD.  centeno,  poco trigo y cebada,  muchas patatas y los garbanzos suficientes para el consumo del pueblo ; hay ganado lanar, cabrío y vacuno,  y caza menor, POBL. 07 vec, 176”

Cruces y puentes en el término

En épocas pasadas, era costumbre levantar una cruz de piedra en el lugar del término donde hubiera fallecido alguna persona. Se conservan dos en el término de la Peña: La del paraje denominado La cruz del Muerto, cerca del Picón, y otra en la Rivera del Roble, también de piedra de unos dos metros, entre el Pozo Patetas y el puente, de difícil datación.
Cerca de los restos de la posible calzada romana se halla una cruz de piedra de unos dos metros y medio  en el mismo camino, que da  testimonio del fallecimiento de alguien  en ese lugar de tránsito  y que da nombre al paraje con la denominación de Cruz del Muerto

En la Cruz del Muerto se ve grabada en la base una leyenda bastante borrosa y difícil de descifrar. Parece que pone "Animas Benditas".
La de la Rivera El Roble pone en la base "anima" (alma), que parece ser una imprecación llena de sentimiento y dolor al ser querido por parte de los familiares que erigieron la cruz. Algunas versiones dicen que la cruz de la rivera se habría levantado en recuerdo de una niña de doce o catorce años que, al cruzarla cuando venía crecida, se habría resbalado de "la puente" y se habría ahogado.


Cruz de la Rivera de El Roble, en cuya base se lee la palabra “ANIMA”

También se conserva la peana de otra muy antigua en el camino que discurría entre Mata Oscura y las Navetas, y que se denomina La Cruz de Gumersinda, en recuerdo de la persona fallecida, de la que sólo sabemos el nombre.

Otras veces se señalaba el lugar del campo donde había fallecido alguien, marcando una cruz en un roble cercano. Tal era el caso de la cruz grabada en un roble, ya desaparecido, en Mata Camino, en el lugar donde falleció el "Tío Sarda".

Todas las cruces que se conservan en el casco del pueblo parecen ser del siglo XV-XVI, incluidas las del Santo Cristo. La de Santa Isabel tiene inscrita la fecha de 1563. Estas cruces se ponían en los pueblos para señalar las estaciones del Vía Crucis (17).

Los puentes se construyeron, casi todos, ya en el siglo XX, por los vecinos del pueblo. El Puente Viejo de Pereña es el más antiguo, del siglo XIX. Anteriormente, había "una puente" hecha de lanchas en El Quemao, por debajo de El Piélago, otra en Las Ollas y otra por encima del Puente de El Roble, donde han habilitado el nuevo paso para la maquinaria. El de El Roble se hizo hacia 1917.

Por las puentes sólo pasaban las personas, el ganado debía vadear La Rivera. Cuando ésta venía muy crecida, había que dar la vuelta por el puente Las Ollas, hasta que se hizo el de El roble, pues el agua las cubría y era peligroso cruzar por ellas.

Cerca de la desembocadura de La Rivera, en el río Uces, se encuentran unos pontones para pasar al término de Pereña. Las puentes (18) sobre los regatos, sin duda tan antiguas muchas de ellas como el mismo pueblo, como la de El Chorro y la de La Fuente La Poza, en el lugar, se conservan en buen estado.
“Puente de Pereña”, así conocido en el pueblo, que salva la rivera que separa los términos de ambos pueblos

Antes de hacer los puentes, los pastores y cabreros que se encontraban al otro lado de la rivera que atraviesa parte del término, guardando el ganado, si había crecida, se veían forzados a pasar la noche en el campo y refugiarse en alguna caseta hasta que bajara el caudal. Se cuenta de un cabrero, el "Tío Moro" que casi nunca venía al pueblo y pasaba los días y las noches en el campo durante todo el año, cuando se hallaba con el ganado al otro lado de La Rivera y ésta venía crecida. Los amos que debían alimentarlo le pasaban la comida arrojándosela desde la orilla de acá o lanzando él una soga para recogerla.

La Mesta y los Cercados

Tanta estima tenían los reyes leoneses,  y  después los castellanos,  por  la ganadería que  la consideraban aún más importante que la agricultura. La lana era un bien preciado en los mercados nacionales y extranjeros, por ser la materia prima por excelencia  para confeccionar todo tipo de géneros.

En los nuevos asentamientos, y en los ya  existentes con anterioridad, se dejaban terrenos sin roturar para el pastoreo,  llegando los propios reyes a tomar la ganadería bajo su protección especial, dictando leyes y privilegios que la favorecieran.

En 1273, el rey Alfonso X El Sabio aglutinó y organizó la Mesta, como se conocían las asociaciones de ganaderos, con nuevas leyes e instituciones administrativas,  con el fin de solucionar los problemas  habidos con los agricultores, regular la trashumancia  y  favorecer el aumento de los rebaños.

Como consecuencia de esta predilección, no se podían cercar las fincas para que el ganado pastara libremente. Sólo se podían vallar  por  concesión real y las  que se hallaban en los  alrededores del pueblo para trabajarlas como huertos familiares.

Estas normas prevalecieron hasta finales del siglo dieciocho, en que por disposiciones de los reyes Carlos III, del 15 de junio de 1788, y de Carlos IV, del 24 de mayo de 1793,  se facultó a los agricultores a  “cercar las posesiones o terrenos sin necesidad de concesión especial”. 

Posteriormente, el 8 de junio de 1813,  las Cortes de Cádiz sentarían definitivamente el principio de que, en adelante, todo propietario pudiera cercar y vallar sus propiedades libremente.

Dadas las características del terreno, desde siempre los habitantes de  La Peña se dedicaron también a la labranza, y sobre todo a la ganadería. Testimonio de esto  último son las casetas, arrimaderos, pocilgas, corrales para ovejas y cabras  y  chiqueros para los corderos y cabritos,  muchos de ellos  ya muy deteriorados o  desaparecidos.

Es probable que la denominación “Hoja del Mestro”,  derivación vulgar de mesto, tenga su origen en la palabra “Mesta”, haciendo referencia a la asociación de pastores y ganaderos de la época medieval y, por tanto, a terreno de pastos comunales.

Algún tiempo, en  el siglo XVIII,  por los años 1753, el término del pueblo estuvo dividido en cuatro hojas: del Mestro,  del Monte,  Mata del Sancho y del Valle de la Encina, según documentación sacada del catastro de La Ensenada, citada por Manuel Martín Casado( q.e.p.d.), en un estudio  sanitario y epidemiológico de La Peña,  de gran interés (6).

Teniendo en cuenta lo dificultoso del terreno  para la labranza,  es probable  que casi todo el término que abarca esa Hoja estuviera  sin roturar, sobre todo del otro lado de la rivera y el Madroñal, igual que ahora,  dedicado  al aprovechamiento de la ganadería.

De hecho,  la zona del Sierro se roturó  durante el primer tercio  del siglo pasado, siendo todo él  una zona  valdía, llena de matorrales, escobas .y  robles, tan espesos, que se perdía de vista el ganado cuando se internaba allí, como recordaban hasta hace pocos años los más  viejos del lugar.
Chiquero que se conserva en La Llaga, donde los pastores y cabreros,  en su ausencia, durante el día, guardaban los corderos y cabritos al nacer para que no los atacaran las alimañas del campo. Había varios en la hoja de Abajo y de El Mestro, en las majadas donde pasaban las noches las ovejas y las cabras. Durante la noche los sacaban para que los alimentaran sus madres.  La puerta la  cerraban con una piedra grande