martes, 7 de julio de 2015

Generalidades Históricas

La Peña es un pueblo pequeño de 118 habitantes en el censo de 2013 que, en su época de mayor poblamiento, llegó a tener hasta 450 personas, allá por los años 50 del siglo pasado. Está situado al Noroeste de Salamanca, en la meseta sur del Duero, cerca de la frontera de Portugal, en el parque natural de Las Arribes del Duero, en la comarca de la Ramajería.

Su nombre  proviene de una mole de granito inmensa, de  cuarenta y cinco metros de altura por ochenta de diámetro, en una sola pieza, que se  yergue solitaria y majestuosa en la llanura, a unos trescientos metros del pueblo, y que se la conoce como La Peña Gorda o Peña Grande.

La Peña Gorda o Peña Grande, lugar de asentamiento de los pueblos primitivos

Por la falta de conexiones con la capital y con otros núcleos grandes de población, el pueblo permaneció siempre aislado, como tantos otros  de esta zona, viviendo de sus tradiciones y costumbres ancestrales, hasta la segunda mitad del siglo pasado, en  que la emigración y los medios de comunicación  social y terrestre lo rescataron de su aislamiento.

La modernidad y los adelantos en la agricultura y explotaciones ganaderas llegaron tarde por estos lares, cuando ya la gente joven había comenzado a emigrar, por los años setenta, a Francia, Alemania, Suiza…y a las grandes ciudades de la Península. Antes, a primeros del siglo XX, no pocos jóvenes  e incluso familias enteras habían emigrado  a Cuba o a Argentina, sobre todo. Consecuencia de esa diáspora continua que viene del siglo pasado es el envejecimiento progresivo y disminución de la población, que amenazan seriamente la supervivencia del pueblo.

Sin embargo, a pesar de ese aislamiento, el pueblo siempre tuvo inquietudes culturales que hoy nos causan admiración. Hasta los años 70 del siglo pasado, los vecinos representaban obras de teatro en locales que acomodaban a tal fin. Y los  mayores del lugar hablan de  tiempos aún bastante anteriores , cuando casi nadie sabía leer ni escribir, y aprendían de memoria y  representaban obras como  “La Venganza de D. Mendo”, El Puñal del Godo”, “Don Juan Tenorio”, “El Alcalde de Zalamea”, u otras de parecida dificultad y escribían poemas y loas (lodas, las llamaban) sobre los sucesos más importantes  del lugar.

Aunque desconocido de la mayoría de las personas de la propia provincia, hasta el punto de no aparecer ni en los mapas hasta hace unos años, sin embargo, por aquí anduvo Unamuno a primeros del siglo pasado “chapuzándose de pueblo” y conociendo la idiosincrasia y la “intrahistoria” en sus gentes, como él decía. Y antes que él, en 1887, Tomás González Moro, que había pasado largos años de maestro en  La Vídola, había escrito un sainete tituladoUn juicio de conciliación”  donde refleja, como cuenta él mismo, “el trato franco y sencillo  que tanto distingue a los honrados labriegos de la llamada Ramajería”.

Sus moradores se dedican y se han dedicado siempre a  las labores del campo y, sobre todo, a la ganadería. El trabajo del campo siempre estuvo supeditado a la ganadería y  al autoconsumo,  diversificado  entre el cultivo de cereales, forrajeras, viñas, legumbres, patatas, etc., todo de secano.

La meseta del Duero, desde  la época romana al año 750, en que fue invadida por los árabes y  su posterior reconquista  por los reyes cristianos,  permaneció casi despoblada y  se fue repoblando ya en el siglo X tímidamente por la iglesia y los reyes  de León. Los árabes que no quisieron convertirse al cristianismo abandonaron la zona del Duero entre  los años 914 y 1080.

Hubo algunas repoblaciones especiales a finales del siglo X, más por cuanto tuvieron de testimonial,  llevadas a cabo por el Arcedianato de Ledesma  y  por una comisión real presidida por el obispo de Segovia, D. Raimundo, que distribuyó tierras a los pocos habitantes que allí había y a los nuevos colonos. También hizo algunas repoblaciones  en la ribera del Tormes el rey Ramiro II, tras sus sonadas victorias contra Abderramán.

Parece ser que algunos primitivos cristianos, hispano-romanos,  descendientes de los  vetones, que vivían  antes de la invasión árabe, igual que no pocos mozárabes después de la reconquista por los reyes de León, permanecieron en sus aldeas. A éstos se irían  uniendo los nuevos colonos traídos de otras zonas.

Es improbable  que existieran  núcleos visigodos de cierta importancia en toda esta parte del Oeste de Salamanca y Zamora, como se afirma  en algunas hojas informativas  de la región, pues se sabe que no fueron tantos los visigodos que pasaron de Francia a España, como se venía creyendo hasta ahora, y éstos  se asentaron de ordinario sobre las principales vías de comunicación  como Avila, Segovia, Madrid, Toledo, Soria, Palencia, Valladolid y otras zonas de mayor influencia política y militar. Parece ser que en Ledesma existió una pequeña colonia visigoda.

Otro tanto sucedió con los árabes  que ocuparon  la Península desde la invasión, del  711 en adelante. Las zonas menos fértiles apenas notaron su presencia, como sucedió en la zona  oeste del Duero. Sin embargo, su estancia en estas tierras ha perdurado en la memoria colectiva de la tradición popular.


Anochecer en La Varga, cerca del río Uces

En casi todos los pueblos se hace referencia a ellos, a los moros, por algún tesoro escondido y abandonado; por alguna cueva misteriosa, donde se dice que se oyen voces o se ven figuras extrañas ciertos días del año, como en el teso de San Cristóbal, en Villarino;  por los nombres de fuentes, tesos, peñas, etc, o por algunos santos martirizados por ellos, como San Leonardo, San Nicolás y San Nicolasín, en Ledesma, o perseguidos como Santa Marina  en La Verde.

Para las autoridades del reino de León, y  de Castilla después, era importante repoblar las zonas deshabitadas, aumentar el escaso número  de habitantes que ya existían y  ocupar las zonas  abandonadas por los árabes por razones sociales, económicas y políticas, como es fácil comprender.

A esta repoblación  del alto y bajo Duero se la denominó  concejil o de  “frontera”, siempre vigilada por señores y caballeros, pues se trataba de aumentar la población o crear poblados nuevos para ir ocupando inmediatamente las zonas abandonadas por los árabes en su huída  y así evitar que volvieran.

Generalmente, las tierras liberadas de los árabes y las sin dueño, o mostrencas, se entregaban a un señor, a la iglesia o a un convento para que las administrasen   y  se encargaran de repoblarlas  y defenderlas, como sucedió con la zona del Abadengo, limitada por los ríos Duero, Agueda, Huebra y Yeltes,  o la del Alfoz de Ledesma.

Sobre los señores y  caballeros recaía el peso militar de defensa del territorio y de acompañar al rey cuando declaraba la guerra. Era frecuente que los caballeros, en tiempos de cierta calma, organizasen   cabalgadas  por tierras árabes en busca de botín (razias), y lo mismo se hacía de la otra parte  por territorio cristiano. Por eso el peligro que corrían los  poblados fronterizos y la necesidad  de estar bajo la protección de alguien que los defendiera.

La mayoría de los repobladores eran campesinos que acudían al reclamo de las tierras y por las garantías jurídicas personales que  les ofrecían los señores. Así surgieron pequeñas aldeas, poblados y alquerías  en la región, y los ya existentes vieron aumentar sus habitantes.

A veces, a esos nuevos aldeanos se les donaban tierras  yermas en  propiedad y otras en explotación comunitaria, sobre todo  pastos para el ganado, pero, en ocasiones, se les traía como arrendatarios para trabajar las tierras de sus señores.

Los  arrendatarios  tenían que cumplir con  los amos lo convenido en el arrendamiento y, además, tanto éstos como los pequeños propietarios tenían que pagar una serie de tributos  en especie o en dinero a los señores o representantes del Rey,  si era realengo,  sin olvidar que también debían satisfacer los diezmos y primicias a la iglesia.  Es decir, que por todas partes los esquilmaban con impuestos, por lo que es fácil deducir que estos colonos eran  de condición muy humilde y muchos de ellos se  empobrecerían cada vez más cuando venía un mal año y las cosechas escaseaban, o no había  pastos en las zonas ganaderas.

Y así, muchos se  empeñaban con los amos y señores de las tierras por deudas que no podían pagar, llegando a caer no pocos   en  situaciones de auténtica servidumbre.

Estos nuevos colonos se establecían en los pueblos y ciudades según su procedencia, formando barrios o distritos. Las ciudades más grandes solían tener hasta veinte distritos, las villas cinco y las aldeas ninguno. Lógicamente, el número de distritos  dependía del número, origen y creencias de los inquilinos. Salamanca, por ejemplo, estaba formada por distritos de mozárabes, francos, castellanos, toreses, portogaleses y serranos. Pero en casi todas  había  tres grandes distritos que englobaban a los demás según su religión  y que eran  el distrito cristiano, el más numeroso, el árabe y el judío.

De las ciudades, como de las villas más importantes y prósperas, dependían jurídica y administrativamente multitud de poblados más pequeños que formaban el Alfoz o territorio administrativo. Ledesma,  por ejemplo,  había pertenecido en un principio al Alfoz de Salamanca.

Pero debido a una serie de circunstancias políticas y otros factores, como su situación estratégica  de estar situada junto  al Tormes, de formar frontera con los árabes, haber aumentado su población, ser eje de comunicaciones entre el norte y el este de León, donde confluían seis vías pecuarias y un ramal  proveniente de la  calzada romana de la Vía de La Plata, y gozar de excelente prosperidad económica, el rey Fernando II  la declaró capital de Alfoz,  independiente de Salamanca el 1161.

Muestra de un trozo  de calzada romana, bastante deteriorada, en Ledesma

No fue en absoluto pacífica la separación de Ledesma del Alfoz de Salamanca, “ pues los salmantinos y los vecinos de Avila  sus amigos formaron un ejército por los años de 1179 y talaron los campos y muchos pueblos de Ciudad Rodrigo y Ledesma, sentidos de que  el rey D. Fernando 2º mandaba poblar  esta villa y acortaba  los  términos de esta ciudad (Salamanca),  para darlos a la nueva población. Pero sabido por el Monarca el atrevimiento se dispuso a castigarlos: Juntó sus gentes, viniendo en busca de los rebeldes hallólos en los campos de la Balmuza, donde se dio la batalla, que ganó el Rey…” (1)

Vencidas las tropas de los salmantinos, nada impedía ya que Ledesma siguiera conservando su señorío real concedido pocos años antes, dependiendo del rey directamente y no de otros señores, con 161 pueblos, entre ellos La Peña, aldeas y alquerías,  dependientes de su jurisdicción y con fuero propio.
Palacio de los duques de Albuquerque en Ledesma, en la plaza, junto a la iglesia

En 1312, Fernando IV confirmó sus privilegios y se comprometió a no dar Ledesma y su Alfoz “a rey nin a infante nin a rico ome nin a rica dueña nin a perlado …”
Y,  tres años más tarde, Las Cortes  de Burgos, el 22 de julio de 1315,  confirmaron el señorío real y los privilegios del Alfoz:

“ Otro si que las villas é los lugares que fueron de Don Alfonso fijo del Infante Don Fernando, é de Don Sancho fijo del Infante Don Pedro, que son Beiar, é Montemaior, é Miranda, é Granada, é Galisteo, é Alba, é Salvatierra é Ledesma con todos sus términos. Que estas dichas villas que non sean dadas a Reynas, nin á Infanzones, nin a ricos omes, nin a órdenes, nin a cavalleros, nin a los dichos Don Alfonso nin a Don Pedro que se lama fijo de Don Sancho, nin a ninguno de los regnos nin de fuera de los regnos, nin sean metidos a juicio, mas que finquen Reales  segunt en tiempo del Rey Don Fernando que ganó a Sevilla. Otrosí confirmamos  al concejo de Ledesma que haian sus aldeas que son estas: Penna, Villarino, ,Corporario, Darios (Corporario), La Cabeza de fuera mercados ( La Cabeza de Framontanos), Aldea de Avila, Mieza,…”

Así pues, Ledesma y su Alfoz se rigieron durante un siglo por sus propias leyes, o fuero, que regían la vida, relaciones sociales y jurídicas de sus habitantes. Entre otras normas, habla de las viudas, que deben hacer ofrendas a la iglesia cada lunes durante los dos primeros años, en memoria del difunto, de las relaciones de un extraño con mujer casada,  castigadas con la horca y confiscación de sus bienes, del  allana miento de morada, también castigado con la horca y confiscación de bienes, de las relaciones con  los àrabes y judíos, sus negocios y propiedades, del castigo a pagar trescientos sueldos a quienes prendan fuego al monte, etc.
En el fuero se habla de todo ello y, como dato curioso,  también de la conservación de los montes, de la caza de perdices, liebres y conejos, y de “que non se echen yervas en las aguas para matar el pescado y que ninguno corte árbol” (2)

Hay que tener en cuenta que la caza y la pesca constituían una fuente  alimenticia  de inestimable importancia de aquellos hombres medievales, además de servir de diversión para los señores.

Los pleitos y problemas entre los vecinos, como robos y hurtos, homicidios,  altercados, riñas, allanamientos de morada, problemas de linderos y propiedades, testamentos,… se resolvían todos, al principio, por las autoridades de la villa principal.
Con el fin de facilitar su gobierno y la recaudación de impuestos, el Alfoz de Ledesma se dividió, al principio, en cinco zonas administrativas, llamadas RODAS: Eran las de Villarino , Mieza,  Cipérez, El Campo y Garcirrey. 

El Alfoz de Ledesma dividido en las cinco Rodas en 1500

El señorío de realengo del Alfoz de Ledesma, aunque con interrupciones, permaneció hasta la segunda mitad del siglo  XV.  A finales del siglo XIII lo administró el infante D. Pedro, muerto en 1283, hijo de Alfonso X. A la muerte de D. Pedro, lo heredó su único hijo D. Sancho.  Este último lo administró desde su palacio o casona de Monleras  en que vivió hasta su muerte en 1312.

Palacio de Monleras, hoy casa privada, donde vivió el infante D. Sancho, nieto de Alfonso X el Sabio. Desde aquí administró el Alfoz  de Ledesma, hasta su muerte en 1312

En 1429, El Rey Juan II convirtió Ledesma en condado y lo cedió a D. Pedro de Zúñiga García de Leiva.  Posteriormente, en 1462,  el rey Enrique IV, con motivo del nacimiento de su hija Juana la Beltraneja, que se enfrentaría posteriormente a Isabel  la Católica por el reino de Castilla y cuya paternidad se atribuye a su valido D. Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque, concedió  a éste  el condado, pasando a sus descendientes hasta la disolución del régimen señorial en el siglo XIX, como consecuencia de las ideas de la Revolución Francesa y  por decisión de las Cortes de Cádiz en 1812.

Ledesma y su Alfoz  tuvieron su época de esplendor durante los siglos XV y XVI. en que proliferaron también  las familias hidalgas que se agrupaban en una asociación con el nombre de “Hijosdalgos de Santiago” para defender sus privilegios y la pureza de sangre, obsesión nacional enfermiza durante muchos siglos.

Los duques de Ledesma eran auténticos señores del territorio, de sus habitantes, y sus haciendas, dotados de una serie de prerrogativas y privilegios que los constituía como la máxima autoridad, por encima de cualquier otra que no fuera la del Rey. Hacían y deshacían  según su criterio e intereses, sin rendir cuentas a nadie, excepto cuando tenían que servir a la casa real con soldados o con impuestos.

Siguiendo el libro “Ledesma 1752, (3),  transcribimos algunos de los derechos,  privilegios y rentas de los que estaban investidos los condes,  que nos darán una idea aproximada de su poder de decisión sobre  personas y haciendas, dentro de su territorio. Disfrutaban de:

  • “El señorío y la jurisdicción civil y criminal (juzgar y condenar).
  • Facultad de poner regidores, tenientes de alcalde, alguaciles y escribanos.
  • La alcaldía de sacas y registros, y la de peso y descaminado ( especie de decomiso).
  • Derecho por registrar caballos, yeguas y rocines.
  • El pedido ordinario, (de servicio al duque o a  pagar una cantidad).
  • El derecho de yantar, es decir, de alimentar a los señores y al séquito cuando iban por los pueblos.
  • Renta de correduría a los vendedores, compradores y tratantes.
  • Renta de cambio de moneda.
  • Renta de ejecuciones  a los que tengan que ejecutar cualquier deuda.
  • El derecho de martiniego, llamado así por cobrarse el día 11 de noviembre, San Martín.
  • Nombramiento de  procurador general de la villa.
  • Alcabala (impuesto) del pan, vino garbanzos, carne, paños, cerdos, vacas, lanar, cabrío, del tocino, corderos, cabritos, etc. y resto de productos objeto de compraventa”.
  • Portazgos impuestos por cruzar los puentes con ganado.
A partir del siglo XVII, con la decadencia de España, debida en gran parte a los distintos frentes abiertos en Italia, Flandes, Francia y América y a las guerras con Portugal, a los que hay que enviar multitud de jóvenes, las arcas reales se ven necesitadas de nuevos y más gravosos impuestos.

Esta situación se ve agravada en la zona oeste del Duero por verse directamente involucrada en las contiendas con Portugal, cuando luchaba por su independencia, conseguida en 1641. Las escaramuzas eran frecuentes y los daños que se sufrieron en esta parte de las Arribes fueron considerables.

El consistorio de Ledesma, y por tanto los núcleos de población que de él dependían, debía correr con los gastos de las tropas contratadas para luchar contra los portugueses y, además, contribuir a las arcas reales. Pero la carencia de mano de obra por la falta de jóvenes y la emigración de  los colonos hacen al campo menos productivo, por lo que los condes de Ledesma ven  disminuir sus ingresos. Ante tal situación se ven obligados a aumentar los impuestos, lo que trae, como consecuencia, más abandonos del campo y menos  atractivo para posibles nuevos colonos.

Durante el siglo XVIII, el declive del Alfoz se va acentuando aún más, hasta su disolución  por las Cortes de Cádiz en 1812.

lunes, 6 de julio de 2015

Presentación

Me llamo Ramón Melado Santos. Soy descendiente de La Peña, donde pasé mi niñez, y de cuyas personas y lugares conservo un gratísimo recuerdo. Vivo en Madrid desde hace más de 40 años, donde he sido profesor de enseñanzas medias de Lengua y Literatura Española, hoy jubilado, y empleo parte de mi tiempo libre, entre otras cosas, en terminar la carrera de Derecho y en buscar documentación histórica en los archivos sobre La Peña.

Mi propósito, al hacer este blog para Internet, es dar a conocer a todos los que se sientan interesados por el pasado de nuestro pueblo algo de su historia pequeñita, fuente de sus costumbres y sus tradiciones, en peligro de ser olvidadas para siempre. El empeño no es sencillo porque hay muy pocos documentos escritos y pocos hechos reseñables. Hay que ser conscientes que dentro del territorio de Ledesma al que perteneció, La Peña no se destacó de otros muchos en nada o casi nada, más bien pasó desapercibido, excepto para cobrarle los impuestos.

Me decidí a esta pequeña aventura, porque me apasiona la historia de los pueblos eternamente olvidados, y he visto que en otros muchos, como el nuestro, la han escrito ya o están haciendo algo parecido.

Invito a todos a colaborar en esta “historia”, si se puede llamar así, con sus aportaciones documentadas, para completarla entre todos, pues es una historia abierta e incompleta.  Todo lo que aparezca en esta sección ha de estar documentado y fundamentado.  Personalmente me comprometo a ir completándola a medida que vayan apareciendo datos nuevos. Más adelante se hará otro blog con  historietas y tradiciones del pueblo, de las que todos hemos oído contar alguna vez, para el que espero vuestra colaboración

Quedan muchos campos donde investigar; por ejemplo, ¿quién o quiénes heredaron antes del 1500  el término  que perteneció al que  hemos llamado siempre poblado de  San Juan y que en realidad se llamaba Villarejo?: ¿la iglesia o particulares? Este es un tema bastante complicado por  falta de documentación alrespecto. Será cuestión de seguir insistiendo.

Las referencias históricas que  hablan de LA PEÑA directamente son muy pocas y se hallan diseminadas entre  otros documentos de los pueblos vecinos más importantes, sobre todo de Ledesma, ciudad de la que dependió administrativamente durante muchos siglos. Así pues, la historia del pueblo está  indisolublemente unida a los avatares de esta ciudad, desde el año 1161 en que fue constituida capital del Alfoz al que pertenecieron nuestros antepasados.

Esta reseña histórica incompleta se divide en siete partes. Se habla primero de las generalidades históricas de la época medieval con relación al Alfoz de Ledesma y, consiguientemente, de La Peña. Se trata de situar al pueblo en su contexto histórico. A falta de noticias directas, bueno es tener una idea general que nos ayude a comprender la vida de nuestro pueblo en esas épocas tan distantes de nosotros. 

En la segunda, se aportan  algunos datos y documentos  históricos  sobre el pueblo. En la tercera se habla de la ermita de San Juan y del poblado de Villarejo, en la cuarta se hace un resumen del Catastro del Marqués de la Ensenada, realizado en La Peña en 1753,  con datos de cierto interés que ayudan a entender mejor su idiosincrasia. En la quinta, transcribimos la reseña que hacen del pueblo  el Diccionario de Minaya Bedoya de 1828  y el Diccionario Madoz de 1845. En la sexta se habla de las cofradías religiosas en la localidad y su repercusión en los pueblos vecinos y, finalmente, en la séptima, ponemos algunos hechos actuales  de interés.

                                                                                                             Ramón Melado