jueves, 18 de febrero de 2016

Renteros y propietarios

En el Ayuntamiento de La Peña se encuentra el libro del Catastro del Marqués de la Ensenada del 25 de enero de 1753  que va describiendo cada una de las posesiones de los propietarios del pueblo con todo detalle. Hace una separación entre los bienes de los seglares de los bienes de la iglesia y de las cofradías, y a continuación pasa a delimitar cada una  de las propiedades.


Con estos datos del Catastro, se deduce claramente que la mayoría de la población estaba constituida por  renteros o aparceros con pocos  recursos económicos, explotados por los amos de las tierras, por los impuestos que debían pagar a la iglesia y a los señores.

 Y ello explica también que en nuestro pueblo no haya  edificios antiguos de importancia, ni restos de cierto valor arquitectónico, más bien, al contrario, la mayoría de las casas  eran  cuchitriles, sin apenas luz ni espacio, que denotaban la pobreza de sus moradores. Bastante tenían sus habitantes con cubrir las necesidades más elementales, después de pagar  las rentas, los despiadados impuestos y las deudas contraídas.

La vida en el pueblo, a lo largo de los años, y durante muchos siglos, fue de trabajo  duro, del que no se libraban las mujeres  y ni siquiera los niños, disponiendo siempre de escasos recursos económicos .

La producción estaba tan diversificada, que todas las personas eran necesarias para realizar las tareas de cada día: el terreno era un proindiviso, con fincas muy pequeñas y se sembraban cereales, toda clase de  legumbres,  y se trabajaban las viñas; en cuanto al ganado  había vacas, ovejas, cerdos en el campo, cabras y caballerías. Todo esto suponía que todas las personas estuvieran ocupadas  siempre en las faenas del campo.

 Esa laboriosidad que ha caracterizado siempre a los habitantes de nuestro pueblo tendrá  que ver algo, sin duda, con ese deseo de llegar a ser dueños de su esfuerzo y de su trabajo, forjado con ese pasado de carencias, de privaciones y  dependencia de la voluntad, del capricho y la explotación de otros. 
Pocilga donde se guarecían los cerdos cuando vivían en el campo

Y eso explica también la cantidad de vecinos del pueblo que se vieron obligados a emigrar,  sobre todo a América de Sur, a Cuba y Argentina, sobre todo, desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX, y que siguen perpetuando el recuerdo nostálgico de su pueblo en las generaciones  más jóvenes.

En cuanto a la adquisición de la propiedad de las tierras por los vecinos del pueblo, tuvo lugar   con la desamortización de Mendizábal de 1836 y otras  se hicieron años más tarde. Las últimas propiedades  que se compraron a los grandes terratenientes,  tuvieron lugar los primeros  años del siglo pasado, hacia 1918, y las compraron de común acuerdo entre casi todos los vecinos del lugar.

Algunos de los más viejos del pueblo, hasta hace unos años,  recordaban con pena cuando los amos  vinieron a cobrar el importe de las yugadas de tierra y locales que habían vendido. Como la mayor parte de los compradores no disponían de dinero en efectivo, lo pagaron en especie y con ganado. Cada cual  trajo sus ovejas,  cabras y  vacas que tenían al Ejido, y los vendedores de las tierras iban seleccionando el ganado mejor hasta compensar, según su criterio e intereses, el valor de las fincas y locales que cada uno había adquirido.

 Muchos se quedaron sin  ganado y otros con muy poco y el peor; el que habían desechado los vendedores de las tierras. El disgusto y despecho entre  los compradores  fue considerable y las lágrimas de rabia y de dolor por lo que ellos consideraban abusivo, corrieron en abundancia por el pueblo, pues la valoración de su ganado no se correspondía, según  ellos, con su valor en el mercado.


El poblado de Villarejo y la ermita de San Juan

Por la tradición oral, y actualmente por documentos de la época, sabemos que  el pueblo se agrandó  en  el siglo XV, quizá no tanto en habitantes como en la extensión de terreno cultivable y de pastos, con la anexión   a la Hoja de Arriba  del terreno que pertenecía a un pequeño poblado o alquería,  que se ha venido llamando tradicionalmente San Juan y que hoy sabemos que se llamaba VILLAREJO. Esa anexión del término de Villarejo al de La Peña fue anterior al año 1500, pues en ese año habían pasado a ser propietarios los herederos de La Peña., como se dice más adelante.

Todavía se pueden ver restos de la  linde medianera que separaba las propiedades de Villarejo y de La Peña  en el Herbatú . La linde iba desde la antigua casa de camineros, por el centro del valle de El Herbatú, más o menos, a la raya de la Vídola en Las Carrasqueras. Todavía se puede ver en el valle una fila de robles por donde decían nuestros antepasados que iba la linde.

 Los propietarios de las fincas del lugar del término denominado San Juan, cuando araban donde se dice que estuvo ubicado el poblado, encontraban diversos fragmentos de vasijas, incluso alguna casi entera, platos, jarras de cerámica, etc. Algunos, todavía hoy,  dejándose llevar de su fantasía, piensan que podría encontrarse algún tesoro oculto por aquellos lugares.
Dice la tradición “que sus últimas moradoras serían dos mujeres mayores y una hija que habría sido secuestrada. Ante la inseguridad personal, solicitaron y obtuvieron la hospitalidad  de La Peña  y decidieron venirse e instalar en el pueblo, dejándole a éste su finca como herencia”. Eso dice la tradición popular transmitida durante generaciones de padres a hijos y que, a fuerza de repetirse, parece que se ha convertido en una verdad admitida por todos.
En los  documentos escritos antiguos, el poblado, caserío o alquería  de San Juan, como dice la tradición que se llamaba, no aparece por ninguna parte. En el mapa de “poblamiento de la tierra de Ledesma del año 1500” no aparece ningún poblado desaparecido cercano a La Peña. Pero  en un elenco de caseríos pequeños, despoblados, enla jurisdicción de Ledesma de ese mismo  año 1500, sí aparece uno llamado Villarejo de La  Peña,  ya sin habitantes ese año, y dice que lo habían adquirido herederos de La Peña, sin decir quiénes eran (16).

Lugares yermos de la tierra de Ledesma en 1500 tomado de Martín 
José Luis y Santiago en “ Historia de Ledesma”


Por otra parte, en el testamento de D. Balthasar Sendín Calderón de 1660 dice: “iten mando a la hermita de San Jnº de Villarexo seis reales para ayuda a reparar por una vez”. El nombre de la ermita es  San Juan, y así lo afirma la tradición, cuya imagen había sido trasladada a  Santa Isabel y, con toda probabilidad, es la  que se halla  actualmente en la ermita.

Sin duda ninguna se refiere al poblado que la tradición decía de San Juan,  pues no se sabe que haya existido  ningún otro allí cerca. Y ese poblado se llamaba Villarejo solamente o Villarejo  de la Peña. En la tradición, sin embargo, se le llama San Juan,  porque la ermita que estaba dedicada a San Juan o San Juanejo perduró  en el tiempo muchos más años que el caserío. Por lo menos hasta 1784, en que el obispado manda llevar la piedra de la ermita en ruinas para reformar Santa Isabel.

En el documento citado de 1500 habla de que la finca pasó a los “herederos de La Peña” sin decir nombres. La tradición dice que” se lo dejaron al pueblo”, dando por entendido que participaron en la herencia todos los vecinos. 

Desde luego, hoy sabemos que  todos  los vecinos  no participaron en la herencia, pues  en 1753, dos siglos y medio más tarde, casi todos los habitantes del pueblo seguían siendo renteros y sólo había tres yugadas y tres cuartos de otra del término que les pertenecían en propiedad.

 Sí se la pudieron dejar los nuevos amos en arrendamiento, o en aprovechamientos de pastos. De los siguientes propietarios, por el momento, nada sabemos ni de cómo  ni cuándo pasó a ser propiedad definitiva de los habitantes de La Peña. Según  una tradición muy arraigada en el  pueblo, anteriormente  se la habrían ofrecido a  Cabeza del Caballo y a Fuentes de Masueco a cambio de seguridad y, ante su negativa a acogerlas, se la ofrecieron a La Peña. 

 La tradición popular dice también que la campana de la ermita de Santa Isabel y la campanilla de las ánimas que se tocaba al oscurecer alrededor de la iglesia, donde se conserva ahora,  habrían pertenecido a la ermita de San Juan. Se dice que la campana la tenían en un roble, junto a la  fuente que estaba en el valle, a la orilla del camino antiguo, hoy finca privada. Algunos dicen también haber conocido el roble  del que estaba colgada.

Campana de la ermita de Santa Isabel de la que dice la tradición que pertenecía a la ermita de San Juan y que estaba colgada de un roble en el valle del mismo nombre

Por el catastro  del Marqués de la Ensenada, realizado en la Peña en 1753, sabemos de los impuestos que debían pagar al señor de Ledesma, el duque de Alburquerque, los habitantes y propietarios de la Peña. Hace una relación de la extensión del término del que dice que tenía 36 yugadas, las mismas que hoy, repartidas entre los distintos propietarios. 

Únicamente los habitantes del lugar tenían tres yugadas y tres cuartos de otra en propiedad, como se ha dicho antes; el resto, es decir, treinta y tres y un cuatro de otra, pertenecían a propietarios de fuera del pueblo: Nueve yugadas y media pertenecían al seminario de Masueco, ocho a Dnª Beatriz Maldonado de Salamanca, yugada y media a una capellanía de Masueco, cinco a la familia Sendín de Villarino, etc. y el resto entre otros propietarios,  también forasteros.

El pueblo tendría aproximadamente unos 350 habitantes, suponiendo que estuvieran habitadas las 86 casas censadas, de las cuales  61  pertenecían a los dueños de las yugadas y solo 25 eran propias de los vecinos del  lugar.

Por la tradición oral del pueblo, sabemos de la presencia de soldados franceses en la Guerra de la Independencia (1808-1812) en el pueblo.

En las redadas que hacían por las casas para llevarse cuanto les apeteciera, entraron en una  que hoy se conserva como corral, frente al campanario de la iglesia y, al ver a una señora sentada  a la lumbre  en un escaño, que todavía se conserva, dando de mamar a su hija, optaron por desistir de sus intenciones y dejar de molestarla. Los hombres del pueblo y la mayoría de mujeres y niños habían huido antes de que llegaran, por miedo, y se habían  refugiado   en el campo.

En la guerra de la independencia de Filipinas de 1898 participaron, junto a otros jóvenes de los pueblos cercanos, dos  soldados de La Peña, llamados Victorino Melado y Pancracio Martín que regresaron a España,  algunos años después de terminar la guerra, enfermos a causa  de las privaciones  y penalidades que habían sufrido allí.

Obras de Interés

En la calle Santa Isabel está inscrita la fecha de 1782 en la puerta de una casilla y que los más antiguos del lugar cuentan que  fue la cárcel del pueblo. El molino del Pozo Patetas es, probablemente, también del XV o XVI; es, seguramente, el más antiguo  y estuvo en funcionamiento hasta mediados del siglo pasado. Los del Regato las Llosas,  llamados de Juan Blas y del tío Benito, deben ser de finales del siglo XVII;  en 1753  no estaban en uso, y no se mencionan en el catastro del  Marqués de la Ensenada 

Los  puentes sobre las riveras son de primeros del siglo XX, excepto el del camino viejo de Pereña que es anterior. Una casona o antiguo palacio situado entre la iglesia y la escuela antigua, en cuya fachada lucía su escudo hasta mediados del siglo pasado,  pertenecía a la familia Sendín de Villarino y hoy a sus descendientes en el  pueblo.

Más antiguos, sin duda, son los pontones y   ”las puentes” sobre la rivera  y los regatos, que bien pueden remontarse muchos de ellos hasta los orígenes  de nuestro pueblo como las puentes de El Chorro  y de La Fuente la Poza. La construcción de mayor antigüedad,  y  más valiosa que se conserva  en el pueblo es, sin duda,  la Fuente La Poza que puede remontarse  a la alta Edad Media o incluso a la época romana.

Quizá tan antigua fuera también La Fuentita, destruida con la pavimentación de la calle y otra en La Grijuela, que se cerró para llevar el agua al caño. Había  y hay otras muchas fuentes en el lugar y en el término,  como las dos de El Egido ya destruidas, las del Roble, Las Majaítas, el Herbatú, Las Navetas, Valle la Encina, la  de Mataquemada y la de San Juan, ambas desaparecidas, Cobaverde, el Fontanal, los Carbizales, Valrabroso, Campo Mediano, etc.,  de difícil datación.

“Fuente La Poza”, Importante manantial  que surtió de agua potable a  todas las generaciones del pueblo, hasta que se llevó agua corriente a los hogares

Diseminadas por el término, quedan todavía casetas de piedra, algunas muy antiguas, que se remontan a tiempos inmemoriales y que hoy apenas prestan servicio alguno. Pero sería una torpeza que estas pequeñas y humildes construcciones, obra de nuestros antepasados, por no tener hoy tanta aplicación como antaño, desaparecieran por la incuria y el abandono de los amos de  las fincas donde se encuentran tras la división parcelaria .

 Y peor sería aún que, sin motivo alguno, sólo por inconsciencia, se  las destruyera. Durante muchos años y siglos, han estado ahí  jalonando el paisaje de nuestro término, formando parte de él como testigos silenciosos del quehacer laborioso de nuestros antepasados y remediando no pocas necesidades. 

Una forma de honrar y reconocer  la memoria  de los que nos precedieron consiste en respetar  sus pequeñas  obras, fruto de sus afanes, que quedaron para la posteridad y que  dan testimonio de una forma de vida ya pasada y  forman parte de  la historia  y del paisaje del pueblo.

Caseta que se conservaba en buen estado hasta hace poco en La Llaga. Seguramente es una de las más antiguas, cuya construcción se remonta a tiempos inmemoriales

Otro tanto sucede con las paredes de muchas fincas, sustituidas  por alambres de espino o simplemente haciéndolas desaparecer por motivos de una rentabilidad muy dudosa,  a veces nula  o muy  escasa.

Ermitas del Pueblo

De la devoción del pueblo, y pueblos vecinos,  al Cristo  de la ermita del Santo Cristo, con fama de milagrero y que atraía a innumerables fieles de los pueblos vecinos en romería, da   fe el Libro de cuentas de  la “Cofradía de la Veracruz,” que recoge datos de 1668 a 1749 y desde 1814 a 1851,  que se encuentra también en el Archivo Diocesano.

Por los años 1950 todavía se veían exvotos, recuerdos  de la gran devoción que inspiraba el Santo Cristo y en agradecimiento a los milagros que le atribuían los fieles del lugar y  de otros pueblos.

Los más ancianos  contaban hace años lo que, a su vez, ellos habían oído contar a sus antepasados, de los innumerables peregrinos que acudían de todos los pueblos vecinos  a celebrar el día de la Santa Cruz,  el tres de mayo.

Venían la víspera con carros de vacas, caballerías y andando. Muchos pasaban la noche en los carros, en el Coto Rapado, a la intemperie; otros en casas de familiares y amigos, o en algún corral,  para asistir a los oficios religiosos del día siguiente en la  ermita.

Las ermitas son  seguramente  de los primeros años  del siglo XVI.  En la cruz que está delante de  Santa Isabel hay una inscripción, difícil de leer por  borrosa y estar muy alta, en la que se puede ver con dificultad la fecha de 1563,  por lo que es fácil deducir que la ermita se construyó antes, quizá hacia el 1500.

Inscripción puesta  en una finca privada que recuerda que allí cerca se levantaba   la antigua ermita


En el transcurso de los años, la ermita de Santa Isabel sufrió distintas obras de ampliación, como se puede apreciar en la parte de la fachada y en la cara norte. Y el año 1780 se hace una nueva sacristía, seguramente la actual, cuyas obras las realizó Manuel Rodríguez, vecino del pueblo. El portalito es de la época de la sacristía y ambos son anteriores a la ampliación posterior de finales del siglo XVIII, como se puede ver claramente por la construcción, una en cantería y la otra con piedra normal.

De la misma época deben ser las otras ermitas  de Santa María Magdalena y la del Santo Cristo. El cementerio se adosó a la ermita de  Santa María Magdalena ya a finales
del siglo XVIII, cuando los reyes obligaron a enterrar fuera del casco de los pueblos, aconsejando que se ubicaran junto a alguna ermita ya existente.

Las tres cruces señalan el lugar exacto, donde se encontraba la ermita del Santo Cristo, detrás de la peña. Se pueden ver también otras dos bases más toscas de sendas cruces, desaparecidas hace muchos años, quizá se encuentren en las paredes de alguna casa, corral o cortina


La ermita del poblado de Villarejo , La de San Juan, fue construida  antes del año 1500, es decir, en el siglo XV, pues sabemos que ese año ya no vivía nadie en el poblado y, con toda seguridad, habría sido construida para el culto religioso de sus habitantes, antes de que lo abandonaran. 

De 1784 hay un mandato del obispado de Salamanca al párroco de la iglesia de La Peña para “ que traiga la piedra de la ermita de San Juan que está arruinada y solo tiene las paredes en atención a que esta santa imagen (la de San Juan) está colocada en la ermita de Santa Isabel y no hay caudal”, (dinero para arreglarla)(15).

Ermita de Santa Isabel, ampliada hacia 1784 con la piedra traída de la ermita de San 
Juan, del poblado de  Villarejo

Había dos imágenes que representaban a San Joaquín y Santa Ana, muy pequeñas y antiguas, que se conservaron en sus respectivos nichos en la ermita de Santa Isabel, en las paredes laterales, por lo menos hasta el año 1965.

Hoy  están desaparecidas y probablemente fueran del siglo XV o principios del XVI, igual que  las imagen de San Juan Bautista y la de S Pedro. La de Santa Isabel es posterior, parece del siglo XVIII  y es de yeso, en contra de la creencia general  que pensaba que era de madera, incluso algunos decían que era de piedra.

De aquella época podía ser también el Santo Cristo, del que se decía que hacía milagros, también desaparecido, y que perteneció a la ermita  del mismo nombre y fue derruida en la segunda mitad del siglo pasado.

Ya hemos dicho que la imagen actual de San Juan, que se halla en la ermita de Santa Isabel, es la imagen primitiva de la ermita de SAN JUAN, del poblado de VILLAREJO, suponiendo que no haya sido sustituida posteriormente, en cuyo caso podemos afirmar que es del siglo XV, una de las más antiguas.
Imagen de S. Juan que se halla en la ermita de Santa Isabel. Perteneció a la desaparecida ermita del mismo nombre, del poblado de Villarejo, que se hallaba en el término de S. Juan. La imagen es anterior al año 1500





La iglesia

En 1265,  la iglesia de la LA PEÑA  es citada en el libro “Yglesia catedral de Salamanca Summa libro…”, antes citado,  como deudora a la catedral  de ocho maravedíes. Y en el “ Censo de población de las provincias y partidos de la Corona de Castilla”,  del archivero Tomás González, de 1591, al enumerar los habitantes de los pueblos pertenecientes al condado de Ledesma en el año 1500 , dice que La Peña tenía entonces  37 vecinos.

La iglesia de La Peña es más antigua de lo que aparenta. Ya hemos dicho que se cita a la iglesia en  1265 como deudora de 8 maravedíes  a la catedral de Salamanca  y que el primer libro de bautismos – hoy en el archivo diocesano- es de 1562. . El cuerpo central de la iglesia es el más antiguo y son posteriores las naves laterales que forman el crucero en su forma actual con la sacristía, y más moderna es la dependencia que se halla a la izquierda de la entrada. 

 Se ve claramente desde la plaza de la antigua escuela, que la iglesia ha sufrido distintas reformas y ampliaciones a lo largo del tiempo.  No   parece a simple vista que se conserven  restos de la iglesia primitiva.   

Con toda seguridad, la iglesia primitiva del pueblo en nada se parecía a la actual. La torre, por ejemplo, o mejor, la de los años sesenta antes de caerse,  no existía entonces, es del siglo  XVI,  y las capillas laterales al altar mayor en la forma actual  son mucho más recientes. En la sacristía aparece la fecha de 1872. Posiblemente la iglesia primitiva fuera una especie de capilla  que se fue agrandando con el paso de lo años, según las necesidades.

La  iglesia, ampliada en distintas épocas de su historia.  La  primitiva debió ser muy pequeña, de una sola nave y más baja. Al principio sólo existió la nave central


En  el  “Libro de los lugares y aldeas del obispado de Salamanca” (12)  habla de La Peña y dice que en 1604 “ tiene 36 vecinos y una yglesia  con un buen retablo, en medio del qual está San Pedro, de tabla, dorado, lo demás del retablo es de pincel” ( pintado).

El retablo del que se habla aquí no era el que estuvo en el altar mayor hasta los años sesenta. Se trata de otro mucho más antiguo, incluso anterior  al que se destruyó por un derrumbamiento del tejado en el primer cuarto del siglo pasado. El texto citado da a entender que en el retablo del altar mayor no había más imágenes que la de San Pedro.

12 “Libro de los lugares y aldeas del obispado de Salamanca”,  manuscrito de 1604-1629, transcrito por Casaseca, Antonio y Nieto González, José Ramón, Ediciones Universidad de Salamanca, 1982.


Foto de San Pedro, arriba a la derecha. Es, seguramente, la imágen más antigua de la iglesia, del s. XV o XVI. Con motivo de la fiesta del pueblo, la Visitación de Nuestra Señora, el dos de julio, la imagen de Santa Isabel se coloca en el altar mayor, hasta que se suba a su ermita, después de la misa

Del cura del pueblo en esa fecha (1604), se dice que es de Portugal, de la Guardia,  se llama Gonzalo Méndez, de 32 años y “que se preocupa de la doctrina y de recaudar”  y, como dato curioso, añade que “es desaseado con los ornamentos de la iglesia”.

Dice también que “es benefficiado el maestro Arroio, cathedrático de Phisica en Salamanca, supe allí como a siete años que no ha asistido, adviértolo a V. Sª, para que vea lo que convenga”

En 1748  se hace un inventario de la Iglesia de  San Pedro de La  Peña, según se dice en el “ Libro de Fábrica” (13),  en el que resaltan los siguientes objetos religiosos: Un copón de Plata,, dos mangas, una con cruz de plata y la otra de metal, un viril dorado de  madera, cajones de madera para los ornamentos, cuatro pendones, uno negro de damasco, otro encarnado, otro blanco y otro azul, un arca grande  donde se guarda la cera del Señor, andas para los difuntos, lámparas de metal: una del Señor, otra de Nuestra Señora, otra del Santo Cristo y otra de San Sebastián y un palio de damasco.

Hasta los años 60 del siglo pasado se conservaron en la iglesia tres lámparas de bronce, una más grande frente al altar mayor y dos en los laterales.  Es muy probable que se  tratara de las lámparas mencionadas en el Libro de Fábrica de 1748

En ese  Libro de Fábrica,  que se encuentra en el Archivo Diocesano de Salamanca, aparece un mandato al párroco de La Peña para “que se acomoden el lateral del Santo Niño y de San Antonio en la capilla mayor  y se haga un retablo parecido al de La Vídola;  se remodelen los tejados de la iglesia”.  A falta de más datos, no sabemos cuándo, ni si  se hizo  tal retablo,  o si se trata del retablo barroco en el que  estuvo San Antonio, en la capilla lateral y que ya no existe.,. 

 También se habla en ese libro de las reparaciones de las iglesia y ermitas, gastos en ornamentos y objetos sagrados, importe de los diezmos y primicias del trigo, de la cebada, garbanzos, lana, lino, patatas, gálbanas decimales, pollos, corderos, sepulturas  de la iglesia, etc.

 En el Libro de Tazmías entre los años 1709 a 1807 es donde se anotaban los tributos que había que pagar a la iglesia. En él se habla de los diezmos y primicias que pagaban todos los vecinos.

  Adosado a la iglesia y perteneciente a ella,  en la pared norte que da a la plaza de la antigua escuela, se conservó hasta mediados del siglo pasado una especie de almacén, llamado la Cilla, donde se recogían  no sólo los diezmos y primicias del pueblo para la  iglesia, sino también los de los pueblos vecinos como Valsalabroso, La Vídola, Villar de Ciervos  (Samaniego) y Las Uces. 

 La Peña era para el obispado el centro religioso y administrativo de los  pueblos anejos citados. Y dicho sea de paso, el libro se encuentra en estado deplorable, comido por la carcoma y la humedad, en alto peligro de destrucción total.


Los enterramientos

Era costumbre en la antigüedad hacer los enterramientos en las iglesias. En la iglesia de La Peña, los enterramientos ocupan casi toda la nave principal;  hoy están ocultos por las baldosas que se pusieron por el año 1960.

 Una vez ocupadas todas las tumbas, se enterraba de nuevo en ellas pasados dos o tres años y se  sacaban previamente los huesos de lo anteriores difuntos  que se depositaban en el osario, situado  en un rincón, formado por el campanario y la pared norte de la iglesia.

La costumbre de enterrar en las iglesias en España viene  de la baja Edad Media y perduró hasta el siglo XVIII. Era una manera que tenía la Iglesia de sacar dinero con la venta de las tumbas. A causa de las frecuentes  epidemias y,  por tanto, del abundante número de  defunciones, las iglesias no podían soportar más enterramientos, pues se habían convertido en pudrideros y foco de malos olores, con evidente perjuicio para la sanidad pública. Había normas que prohibían sacar los restos del anterior ocupante de la tumba hasta que no pasaran al menos dos o tres años, pero se cumplían a medias, según las necesidades.

Frente al altar mayor, un poco a la derecha, hacia la sacristía,  hay una tumba que, hasta que se taparon las losas de piedra  con el  pavimento actual, llamaba la atención  porque  era distinta de las demás.  La losa que la cubre  es de pizarra de una sola pieza, tallada,   con  un escudo y un cordón alrededor esculpidos, pero sin nombre. Se suponía que se debía tratar del enterramiento de alguna persona importante  del pueblo.

 Hoy ese misterio se ha aclarado definitivamente. Se puede afirmar con toda seguridad que es la tumba de D. Balthasar Sendín Calderón,  natural de Pereña,  sacerdote y párroco del pueblo, muerto después de 1660, año en que redactó  su testamento en el que ordenó “mandar poner una losa de pizarra labrada con el escudo de mis armas y un cordón donde conste que la  dicha sepultura es mía  propia e y naxenable” (14). 

Este sacerdote pertenecía a la familia de los amos de Villarino, que vendieron el terreno a los vecinos del pueblo  a principios del siglo pasado. En 1660, en sus disposiciones testamentarias,   constituye un vínculo de cuatro yugadas de terreno en La Peña a favor de su sobrino, don Pedro Sendín. Dejó establecido que el vínculo se transmitiría de los padres al primogénito, con preferencia del varón sobre la mujer y sólo a través de  hijos legítimos. 

En 1787,  el rey Carlos III, por Real Cédula, prohíbe los enterramientos en las iglesias e intramuros de las ciudades y pueblos para evitar daños y epidemias. En 1796, el Rey, por otra Real Cédula, urge la obligación de enterrar fuera de las poblaciones, en sitios ventilados y aprovechando las ermitas como capillas de los cementerios. Sólo se permite inhumar en las iglesias a  la familia real,  personas notables de la sociedad y al clero.

El cementerio del pueblo es, por tanto, de finales del siglo XVIII, muy posterior a la ermita de Santa María Magdalena a la que se anexionó.

El Nombre del Pueblo

En cuanto al nombre del pueblo, parece que a veces se usó el nombre actual de Pena o Penna, como en el Libro de Préstamos de la Catedral… de 1265  (10) y otras veces, como en el Apéndice toponímico del obispado de Salamanca, entre los pueblos de la circunscripción de Ledesma, se le nombra con el  nombre de Penalfange  igual que en la relación que hace el Arcedianato de Ledesma de los pueblos dependientes de él en 1260 y de otra de 1265.

Pero ya en siglos XIV y XVI  se le da con toda seguridad el nombre actual. Así sucede en 1548 en la lista que da el obispado de los pueblos que tenían vecinos e iglesia y que habían de poner jubileo el día de Todos los Santos (11). 

Que en este mapa que ponemos a continuación Penalfange  se refiere a La Peña, no cabe duda ninguna, pues  lo sitúa entre  los pueblos y términos colindantes de Pereña, Masueco, Fuentes, Cabeza del Caballo, Valsalabroso, La Vídola y La  Cabeza.   

Quizá se deba considerar  que en esa época se usaba indistintamente uno u otro nombre. LA PEÑA

Mapa de población  de la roda de Ledesma  según el Arcedianato, (Tomado de “Historia de Salamanca” de José María Mínguez y otros) en que aparece La Peña con el nombre de Penalfange en el año 1260

Para algunos, el nombre de Penalfange,  admitiendo que ese fuera su nombre en la Edad Media o al menos durante algún tiempo,  derivaría  de la palabra árabe “Alfange”, (espada), y tendría que ver con algún suceso relacionado con la Reconquista o porque los árabes  encontraran algunas  virtudes o semejanzas  entre sus espadas y la roca.

miércoles, 17 de febrero de 2016

Referencias Históricas de La Peña

El origen del pueblo nos es desconocido. Parece que pudo tener su origen   en la época   romana  o en  la alta Edad Media, en las primeras repoblaciones de Castilla, allá por el 950.  Algunos autores sostienen que podría tratarse de el "PENNA" que fundó Ramiro II de León,  entre el 931 y 951, que repobló la ribera del Tormes y rebasó la línea fronteriza del Duero.

La Peña se encontraba en el camino real proveniente de la calzada romana de la Vía de La Plata que salía de Salamanca, transcurría por Ledesma y Brincones  y llegaba hasta Aldeadávila.


“Mapa Histórico de la Provincia de Salamanca” del Padre Morán en su libro“ Reseña Histórico Artística de la Provincia de Salamanca”, que señala el trazado del ramal de La Vía de La Plata proveniente de Salamanca y que llega hasta Aldeadávila  pasando por  La Peña

En azul, el Camino Real que venía de Ledesma según el "Mapa Geográfico de Salamanca", de Tomás López, publicado en el año 1783.

A ese ramal de la Vía de La Plata se le llamaba  Camino Real  y, al cruzar por el pueblo, recibía el nombre  de Calle Real. Esta pasaba por la plaza y  por  la que hoy se llama calle de Santa Isabel, según consta en el original del Catastro del Marqués de la Ensenada de 1757.que se encuentra en el Ayuntamiento de La Peña.

El hecho de que el Humilladero (Santo Cristo) se hallara junto a ese Camino Real, demuestra la importancia que tenía esa vía de comunicación y lo transitada  que era y había sido desde siempre. Es sabido que los “peirones”, como se llaman en Valencia, “pedrones” en Cataluña y Aragón, “cruceiros en Galicia y “humilladeros” en Castilla, se construían en las confluencias o encrucijadas de los caminos más transitados, en un montículo o altozano, a las afueras de los pueblos.

Parece ser que el origen de los humilladeros se debe a las costumbres celtas de levantar santuarios a los dioses y diosas en las cercanías de los poblados y a los romanos, más tarde, que erigían también aras votivas ( altares) cerca de las vías más transitadas, donde ofrecían sacrificios a sus dioses. La Iglesia cristianizó  esas tradiciones paganas, levantando los “pedrones”, “Peirones”, “cruceiros” o “humilladeros”, dedicados a un cristo, a la virgen o a un santo protector del pueblo.

El testimonio escrito más antiguo que  conocemos hasta el presente y que cita a  La Peña, al hablar de la iglesia del pueblo, es de 1261, lo cual no quiere decir que el pueblo no existiera antes de esa fecha. Con toda seguridad,  La Peña formó parte,  desde el principio, de los 161 pueblos que en 1161, un siglo antes, entraron a formar parte del Alfoz de Ledesma.

En los alrededores de la “ Peña Grande” se han hallado restos de poblamientos anteriores a los romanos, de la época del Neolítico, sobre todo hachas de piedra, puntas de flecha, buriles, raederas y piedras de moler entre otros.

Los pequeños hoyos, que llamábamos escalones para ascender a la cima de la roca, no tenían sólo esa finalidad, pues muchos de ellos son innecesarios por estar situados en zonas poco escarpadas y de fácil acceso. Además, la distancia entre ellos, generalmente, es más corta que la de un paso normal y algunos están pareados; son en realidad una especie de cazoletas o piletas cuyo significado va más allá de servir sólo para la ascensión. 

Parecen tener, sobre todo, una finalidad religiosa relacionada con la observación de fenómenos celestes: periodos sistemáticos del tiempo climático, eclipses, estrellas fugaces, equinoccios, solsticios... Ellos no tenían calendarios ni relojes y, de alguna manera, tenían que fijar y transmitir el conocimiento de tales fenómenos. Todo ello, unido con las creencias en seres superiores, a quienes es preciso aplacar, y tener contentos mediante los sacrificios y las prácticas de ritos religiosos.

Así pues, servirían también como indicadoras del sendero que lleva a la cima donde se hallaba el santuario religioso, morada de los dioses y de los espíritus, y lugar en que se realizaban los sacrificios y se oficiaban los ritos sagrados.

Sin duda, como dice Francisco Benito Melado, "si la roca es chocante al hombre moderno, más misteriosa sería, sin duda, para una mentalidad primitiva, que debió considerarla como santuario religioso, lugar de reunión de tribus, quizá como taller neolítico surgido a la sombra de ese culto" (2007 en la prensa de Salamanca).

No sería descabellado pensar que aquellos hombre primitivos que rendían culto y hacían sacrificio a los relámpagos, a los truenos y otros fenómenos de la naturaleza, vieran como deidad suprema a esta Peña Gorda, impresionados por su majestuosidad.

Esa especie de cazoletas, o escalones, son de la época de los primeros asentamientos humanos, de hace unos 4 000 años a.C., igual que el pozo de la cima, cavado en la roca, que lo usarían en sus ritos de purificación y para recoger agua en caso de asedio por otras tribus.        

Hay que denunciar, como ya lo hizo en junio de 2007 Francisco Benito Melado (Paco, q. e. p. d.),  en un artículo del periódico local de Salamanca, la desfachatez que han tenido algunos  desaprensivos, “escaladores de pacotilla”, de colocar alcayatas a lo largo de la subida natural,  por encima del Ceño Chico y en otros sitios,  para hacer más cómoda la  ascensión, sin importarles el daño causado a la roca y al buen gusto.

Las autoridades deberán vigilar que tales desafueros no se repitan y hacer reparar el daño a los causantes.



Ceño Chico y subida a la roca. Oculta por la encina, hay una pequeña repisa, a cinco o seis metros de altura, por donde se inicia la ascensión a la roca. Está marcada la subida con pequeños hoyos o cazoletas a modo de escalones, hechos en la época del neolítico, unos 4 000 ó más años a.C.


La Peña Gorda siempre se respetó y disfrutó  en su estado natural durante  generaciones y generaciones, tanto del pueblo como de fuera, sin que se tenga noticia de accidente alguno, y así queremos que se conserve en el  futuro. 

Esta inmensa roca sirvió, además de como santuario religioso, de taller neolítico y de refugio natural durante miles de años a los hombres primitivos contra las inclemencias del tiempo, al abrigo  de las ventiscas frías del norte en la cara sur, de defensa de las fieras y de los ataques de otras tribus enemigas, ascendiendo a lo alto de la peña, si era necesario, o a sus estribaciones del Ceño Chico o del Ceño Grande.



Ceño Grande. A unos 12 metros de altura, en la cara sureste de la Peña Gorda, al abrigo de  los vientos del norte,  se encuentra el Ceño Grande, una oquedad en la roca de más de 100 m2, de fácil acceso, donde se refugiarían los hombres primitivos de las fieras y de las inclemencias del tiempo

Desde lo más alto podían también acechar a larga distancia el desplazamiento de los animales salvajes que les servían de caza  como los uros, caballos, ciervos, manadas de bisontes, etc.  y  controlar a otras tribus enemigas que querrían apoderarse de su fortín.

Reunidos a los atardeceres, bajo su cobijo y protección, junto a la hoguera, entonarían cantos de agradecimiento y danzarían alrededor del fuego sagrado, percutiendo sus tambores a modo de tamboriles, invocando la protección de sus dioses familiares para que les fuera favorable la caza del día siguiente, a la vez que les agradecían los éxitos conseguidos.

Allí celebrarían también los ritos sagrados de iniciación a la vida, matrimonios y de despedida de sus difuntos; contarían y celebrarían sus hazañas guerreras y de caza, prepararían utensilios caseros o armas los hombres, las mujeres molerían el grano y las bellotas, coserían las pieles para vestir... mientras los niños, desde el regazo de sus madres, iban aprendiendo de sus mayores los conocimientos necesarios hasta hacerse adultos y que los transmitirían a su vez a los descendientes.

Así, durante muchos miles de años, treinta, quince, diez... mientras el hombre fue nómada, yendo detrás de la caza, y aún después cuando se hizo sedentario y aprendió a cultivar la tierra, a construir casas más duraderas y a domesticar animales, unos 4 000 años a.C.

Lo que muchos siglos antes había sido un asentamiento temporal de tribus nómadas en busca de caza, en el Paleolítico, se convirtió en asentamiento prolongado de otras tribus, ya en el Neolítico, trabajando sus propios cultivos y criando su propio ganado, sin renunciar por ello al ejercicio de la caza, la pesca y recogida de frutos silvestres, como la bellota, que tanto abunda en las cercanías, a la que molían para hacer pan (4).

Allá por el siglo VIII a.C. aparecieron unos hombre nómadas, indoeuropeos, provenientes del centro de Europa y se establecieron en gran parte de la Península, sobre todo en la mitad norte, con costumbres, religión y dioses distintos, los celtas, que convivieron muchos años con los primitivos habitantes y terminaron por fundirse en un solo pueblo.
Cara sureste de la roca que forma un abrigo natural de los aires del norte, donde las niñas y niños comían el hornazo el día de Pascua

Los Vaceos y los Vetones eran dos tribus celtas; los primeros, más fuertes, se asentaron en la zona norte del Tormes y se dedicaron sobre todo a la agricultura, y los Vetones, ganaderos, en la zona sur.

De los Vetones nos queda la cultura de los castros, (fortalezas) como el de Yecla, Las Uces, Pereña, etc. de los verracos, en Masueco, Lumbrales,… y de los enterramientos colectivos en  túmulos, dólmenes de Zafrón, Lumbrales,…de los  Menhires  en Ledesma, Lumbrales...

Tenían unas cuarenta divinidades y, a partir de la conquista por Roma, allá por el 154 a. C., fueron adoptando dioses romanos. Una vez conquistados, los Vetones siguieron manteniendo su personalidad hasta los siglos II y III de la era cristiana.

Más tarde, en el siglo II a. C., aparecieron los romanos, con una lengua  y religión distintas,  y una cultura, organización social y militar muy superiores a la suya, transigentes con sus costumbres y creencias, de los que aprendieron nuevas formas  de convivencia, de arar y cultivar la tierra y, sobre todo, la lectura y escritura.

Otro pueblo posterior, los suevos, que se asentaron en Galicia en el 411, siglo V de nuestra era, con capital en Braga, hizo su aparición  a modo de correrías esporádicas por estas tierras. Era un  pueblo guerrero, violento y tirano que, para robar, hizo prisioneros, mató, ocupó y saqueó a temporadas la zona, llegando a la destrucción casi total de Ledesma y de otros centros urbanos de la región, y que se enfrentó varias veces a  los visigodos, hasta que fueron vencidos y sometidos definitivamente por éstos.

Finalmente, con la caída del reino visigodo a manos de los árabes el, año 711, éstos se adueñaron de la Península, estableciéndose en ella hasta ser desalojados progresivamente por los reyes de León,  hacia el año 900, de la zona del Duero, culminando su expulsión de la Península los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, en 1492.

La zona de la meseta oeste del Duero, sin embargo, siempre estuvo poco poblada, con pequeños y espaciados asentamientos y grandes extensiones valdías, hasta su repoblación por los reyes de León.

En la roca, arriba, se ve   una pequeña zona  labrada  para formar una especie de cimientos. La tradición popular dice que son los cimientos de una ermita que los lugareños pensaron construir en tiempos muy lejanos y se quedó en el intento.

El P. Morán afirma que probablemente son restos de un templo anterior al cristianismo(5).

En los alrededores de La Peña Grande, como se ha dicho antes, se han encontrado restos prehistóricos de asentamientos humanos primitivos, prolongados en el tiempo.

También se han encontrado  restos prehistóricos en otras partes del término, como en el  Madroñal, cerca de la Peña Madroñera, y en la Hoja  de Arriba.

Herramientas de piedra talladas, del neolítico, halladas en el término de la La Peña

En  la Hoja de Arriba, en el otoño de 2012, Jesús Pérez, vecino del lugar, encontró  algunas hachas, punzones y piedras pulimentadas junto con algunos cantos rodados, indicios de otro asentamiento primitivo.

Lo de los cantos rodados llama la atención porque en esa zona no pasa ningún río ni rivera, lo que  indica que esos cantos fueron transportados hasta allí  y los utilizarían en las faenas  domésticas o como armas arrojadizas .para la caza o autodefensa.

Los lugareños antiguamente llamaban a las hachas y herramientas de piedra tallada  que encontraban en el campo “piedras del rayo”. Creían que eran las puntas de los rayos que hendían los árboles o se incrustaban en la tierra los días de tormenta.
El Horno del Madroñal. Es un remanso natural o  cueva poco profunda,  formada por peñas de granito, que sirvió  a nuestros  antecesores como refugio ante las inclemencias del tiempo. En sus cercanías se han hallado hachas de piedra

Tanto  en la “Peña Gorda”,  en el Horno del Madroñal,  en las hojas   de Abajo y  del Mestro, sobre todo, como en los términos colindantes de la Vídola , La Cabeza, Pereña 
Masueco  encontraban  nuestros primitivos antecesores  refugios naturales al abrigo de las peñas, junto a los regatos, ríos y riveras, agua y caza abundantes para vivir. Por eso no es de extrañar que cerca del Pozo los Humos, en Pereña, se hayan encontrado algunas pinturas rupestres y que bien pudieran encontrarse otras en lo sucesivo, o  restos de otros asentamientos.

En  julio de 2012, cerca de las rocas del Horno del Madroñal y de la Peña Madroñera, María Isabel Vicente Santos  descubrió en   dos peñas a  ras del suelo,  orientadas hacia el Oeste, unas rayas grabadas, iguales o muy semejantes.

Estas  rayas  son de unos dos centímetros de profundidad, ocho de ancho y metro y medio de largo, aproximadamente. Están en sentido oblicuo, en dirección al suelo, siguiendo la inclinación de las peñas;  son paralelas entre sí, de arriba hacia abajo, de igual  anchura,  y la distancia entre ellas es de  diez centímetros. Las rayas de las dos peñas son iguales en la forma  y orientación, En una peña hay  ocho o nueve  y en la otra doce o trece. Algunas están muy desgastadas por la erosión.

Rayas grabadas en una roca arenisca. En ésta peña hay ocho o nueve rayas

Esta peña tiene unas trece rayas muy deterioradas por ser  arenisca. Están Orientadas  hacia el poniente

Se puede apreciar que no parece un fenómeno natural o capricho de la naturaleza, sino que están hechas con intencionalidad por el hombre. Se conservan en bastante buen estado, aunque en algunas se nota  más la erosión producida por el tiempo y  por las pisadas del ganado, al ser una zona de fácil acceso, y cubiertas con musgo.

Teniendo en cuenta que en las cercanías se han encontrado algunas hachas del neolítico, hace pensar que estas rayas se puedan  remontar hasta esos tiempos, y que podrían tener un valor simbólico de carácter ritual, sacrificial o estar relacionadas con el ejercicio de la caza. Por ello, puede ser  descartable  que sean producto de la erosión natural.

  Figura en forma de arco grabada en la roca en las cercanías del  Picón

Muy recientemente, en julio de 2014, Manuel Casado, vecino de La Peña, tuvo a bien enseñarnos una figura grabada en piedra, en forma de lo que pudiera ser un arco, en las cercanías del Picón. 

Y no lejos de allí también, María Isabel Vicente, vecina de La Peña y de Orense, encontró otra figura, también grabada en piedra, que parece representar  un  oso u otro animal. Por las semejanzas con las figuras del poblado vetón de Yecla y otros castros, bien pudiera tratarse de petroglifos de la época del Neolítico, aunque habrá que confirmarlo.

Figura grabada en una piedra que parece indicar un oso u otro animal grande
Llama la atención el hecho de que  estas figuras no se encuentren grabadas sólo en rocas grandes, sino también en piedras sueltas, de mediano tamaño, como en el castro de Yecla, algunas relativamente fáciles de transportar. ¿Las grababan  para colocarlas  en las paredes de sus chozas? Lo más probable es que las utilizaran a modo de amuletos, como poderes superiores contra los malos espíritus o talismanes que los defendieran de sus enemigos y para atraer la suerte.

Sea el que fuere su significado, lo cierto es  que se encuentran en abundancia  en algunos asentamientos primitivos. En el de Yecla, por ejemplo, se encuentran diseminadas a lo largo de las murallas del castro. También se han encontrado  varias de estas piedras con figuras en Sobradillo.

Cerca de estas figuras halladas entre el Picón y Campomediano, en noviembre de 2014, María Isabel Vicente Santos, Maricarmen Cantó, de La Coruña, y Manuel Casado Melado, de La Peña, descubrieron  unas rayas verticales y horizontales grabadas en una peña, formando figuras geométricas que denotan una intencionalidad desconocida para nosotros, como también nos resulta desconocida la  datación de su inscripción.

Creemos que pueden ser de la época de las rayas halladas en el Madroñal, aunque la única semejanza entre ellas es que están orientadas hacia el oeste y éstas forman una serie de figuras geométricas.

Desde luego, lo que sí está  claro es que no se trata de hendiduras en la roca a consecuencia de fenómenos naturales de erosión por el agua, el viento, el hielo o de cualquier otro fenómeno, sino que se aprecia que están grabadas por la mano del hombre. ¿Qué nos quieren transmitir? El conocimiento de su intencionalidad  permanece en el oscuro mundo del misterio y no será fácil desvelarlo.

A unos metros de distancia, en otra peña, se encuentran también dos cazoletas medianas o piletas. Una de ellas, sobre todo,  está  realizada con tal perfección que parece  la hubiera hecho una mano maestra. Hoy se sabe que muchas de esas cazoletas, naturales o no, las utilizaban los hombres primitivos con  finalidades  rituales y otras veces para moler granos y bellotas o extraer líquidos de algunos frutos o simplemente para recoger agua.

Rayas grabadas en una roca entre El Picón y Campomediano

La toponimia  para  nombrar una zona del término con el nombre de Piedra Jincá (vulgarismo de Piedra Hincada) indica que hace mucho tiempo debió  existir una piedra o piedras grandes, hincadas en el suelo, que llamarían la atención, y que debió ser una referencia conocida por todos  para dar nombre a esa parte del término.

 Que se tratara de  una peña parece improbable, pues por allí  no hay ninguna que diera la impresión de estar clavada en el suelo, y las pocas que hay apenas sobresalen  unos palmos. Más bien sería, seguramente, una especie de “hincón”, como llaman por allí a las piedras grandes y largas, clavadas verticalmente en la superficie, y que debía ser especialmente llamativa.

Por averiguaciones hechas en el lugar, hoy no queda rastro ni señal de tal piedra o piedras, aunque no tiene nada de especial,  dado que pudieron romperlas para cercar alguna de las fincas más próximas al lugar.

¿Sería algún menhir o algún dolmen?  Nada tendría de extraño que así fuera, teniendo en cuenta el desconocimiento por las personas de los pueblos de tales monumentos megalíticos de hace unos diez mil años,  lo que ha hecho que muchos hayan sido  destruidos por ignorancia, como ha sucedido en algunos   pueblos de la comarca.

No es infrecuente que  en nuestra provincia hayan llegado a formar parte de algunas  paredes  de cortinas, corrales, viviendas o formando montones de piedra. De hecho, los  que se conservan en esta región, han sufrido graves deterioros, reutilizando sus materiales en construcciones diversas. Así ha sucedido, por ejemplo, con el  dolmen de  Zafrón, en Salamanca, que ponemos en la imagen a continuación, del que apenas quedan algunos restos. 
Restos del  dolmen que se halla en Zafrón,  muy deteriorado como casi todos los que se encuentran en la provincia de Salamanca
Los dólmenes eran un monumento funerario donde se colocaban los restos, y más frecuentemente la cenizas de una o varias personas, hecho con piedras grandes hincadas en el suelo y una o más que cubrían el techo. Las piedras del monumento estaban tapadas con tierra o piedras más pequeñas formando un montículo.

Entre La Mata y Los Rastrojos, en la Peña, se encuentran desde tiempo inmemorial, junto al camino antiguo, un  número considerable de piedras, en forma de lanchas grandes de pizarra, que bien pudieran haber pertenecido a algún dolmen. Llaman la atención y no se ve  por los alrededores ninguna cantera de las que pudieran provenir, como si se hubieran traído allí de otra parte con una finalidad  especial.
Conjunto de piedras grandes de pizarra, lejos de la cantera de donde han sido extraídas, que podrían ser restos de algún dolmen

De la época  “romana”  quedan  pequeños vestigios de  una  posible “vía“ romana en el término de La Peña, denominado La Varga, a orillas del Picón. Desde hace muchos años está convertida en arroyo,  incorporada a una finca privada. Ahora está cubierta de tierra, zarzas y toda clase de maleza, de manera que apenas quedan señales de su existencia. Pero se sabe que debajo de esa maleza se encuentran trozos empedrados. Muchos podemos dar testimonio de ello, pues la hemos visto muchas veces durante muchos años.

Restos de esa misma “calzada” se encuentran, o encontraban, también en la otra parte del río, en el llamado Puente de la Herrera, y más arriba, hacia Masueco, en el antiguo camino  En el libro  del P. Moran, antes citado, en el mapa de la Provincia, en la página  119, se señala una vía  proveniente de Salamanca, que salía de la Vía de La Plata en la capital y pasaba por Ledesma, Brincones, La Peña, Masueco  y llegaba hasta Aldeadávila. Por el empedrado que se conservaba hasta finales del pasado siglo, bien pudo tratarse de una calzada romana.

Puente  romano en Ledesma sobre el arroyo Merdero, por donde pasaba un ramal de la calzada romana de La Vía de La Plata que pasaba por Brincones y La Peña, hasta Aldeadávila

Los lusitanos, al mando de Viriato,  natural de Torrefrades en la provincia de Zamora, cerca de Bermillo de Sayago, según la tradición,  allá por el año 131 a. C., tuvieron en jaque durante muchos años a las tropas romanas  dirigidas por el después emperador Galba y necesitaban vías de comunicación para trasladar las tropas  hacia el oeste de la Península,  para someter a los levantiscos  vaceos y vetones.

Los  restos de esa calzada se hallaban en el camino o antigua calzada de Salamanca,  muy transitado  hasta la segunda mitad del siglo pasado, para  intercambio de productos  entre  los pueblos vecinos de la Peña  con los pueblos de la “Ribera”,  que se hacía principalmente con caballerías, y para acudir a las ferias de ganado a Salamanca.

Por esos caminos, más tarde, como dice el P. César Morán,  “los señores de Ledesma ejercían su jurisdición sobre 200 pueblos, por ellos circulaban sus copiosos rebaños y por ellos recibían el homenaje y la renta de sus súbditos” ( O. C. pág. 119).

Tanto Ledesma como los pueblos de su territorio  vieron aumentar su población con nuevos colonos cuando  alcanzaron cierta recuperación económica a finales del siglo X. Por ello  Almanzor, en el año 977, temeroso del afianzamiento humano y económico de esta zona fronteriza,  dirigió sus huestes contra los núcleos de población más avanzados del Duero.

Ledesma y otras poblaciones fueron  asoladas y sometidas al pillaje, destruyendo cuanto de valor encontró a su paso. Con ello pretendía evitar el afianzamiento de los nuevos núcleos de población que iban surgiendo en   las cercanías del Tormes y del Duero e impedir el desarrollo de los que existían antes.

Es muy posible que Almanzor y sus tropas pasaran por el pueblo de La Peña en su camino hacia Aldeadávila, Hinojosa y   demás pueblos de las orillas del Duero, siguiendo la calzada que venía de Ledesma.

La Peña Gorda contemplaría atónita el paso del  formidable ejército de Almanzor, envuelto en nubes de polvo y entre el ruido de los tambores, con sed de destrucción y venganza, mientras los pocos habitantes de la zona huirían a refugiarse en el monte, como único medio de defensa.

Olivos  milenarios  en la La Grijuela,  testigos de los avatares y del quehacer de innumerables generaciones del pueblo

Por esta época pone la tradición el martirio de Santa Marina, natural de  Las Uces, otros dicen que de la Peña, de cuya belleza se prendó un jefecillo árabe  y que,  al verse rechazado, la persiguió hasta el término de Adeadávila, cerca del Duero, donde había un poblado, llamado La Verde, que desapareció en el siglo XIX.

Allí se conserva el monasterio de los franciscanos del siglo XIII, llamado de  Santa  Marina, donde muy probablemente se hospedó S. Francisco de Asís  cuando vino a España, hacia 1260,  a visitar a sus frailes y que probablemente pasó también por la calzada de La Peña en su camino hacia La Verde o de vuelta hacia Salamanca.