miércoles, 29 de junio de 2016

Bibliografía

Libros consultados:


“Suma libro a todos los préstamos de la Iglesia Catedral de Salamanca ha e tiene en la dicha ciudad e en la vila de Ledesma, e en su término”, copia documental de 1345 del original escrito en 1265., Archivo histórico de la catedral de Salamanca.

“Documentación medieval del archivo de Ledesma”, Martín Expósito, Alberto y Monsalvo, José Mª, Ed. Diputación de Salamanca, 1986

“Santuarios prehistóricos en las provincias de Zamora y Salamanca”, Benito del Rey, Luis y Grande del Brío, Ramón, Zamora Salamanca, 1992

“Historia de Ledesma”, José Luis Martín Martín,  y Santiago Martín Puente, Ed  Diputación de Salamanca Ayuntamiento de Ledesma, 2009.
“Historia de Salamanca”,pág. 46,  Dorado, Bernardo, 1770, (manuscrito nº 2796 de la biblioteca de la USAL)
“ La Peña”, Trabajo de campo, Martín Casado, Manuel, Universidad Complutense de Madrid,  Facultad de Medicina, 1986 / 87

“ Libro de fábrica de la Peña”, 1738-1815, Archivo Diocesano de Salamanca
“Cofradía de la Veracruz”, 1668 a 1749 y de 1814-1851, Archivo Diocesano de Salamanca
“ Cofradía de Santa Isabel”  1640 - 1790, Archivo diocesano de Salamanca
“ Cofradía del Rosario”, 1669, Archivo diocesano de Salamanca
“ Libro de cuentas  de las benditas  ánimas del purgatorio”, desde 1770, Archivo diocesano de Salamanca
“Libro de lugares y aldeas del obispado de Salamanca”, ( manuscrito de 1604-1629)
transcrito por Antonio Casaseca y José Ramón Nieto, Ed. Universidad de Salamanca, l982.

“Libro de Tazmías” de  La Peña, año 1709, Archivo Diocesano de Salamanca

“ Ledesma 1752” Colección Alcabala del viento nº  62. Centro de gestión Catastral y Cooperación tributaria. Ediciones Tabapress. Grupo tabacalera, 1994

“Reseña histórico artística de la provincia de Salamanca”, P. César Morán, Ed.  Diputación de Salamanca, 3ª ed., 2000.
“Catastro del Marqués de la Ensenada”, realizado en La Peña en 1753

“Historia de Salamanca”, Mínguez, Jose María (coord.) T. II, Edad Media, Centro de estudios salmantinos, 1997

“ La Peña: Vida y costumbres de un Pueblo”, Casado, Victoriano y Aurelia, Colección temas locales, Salamanca, 2000.

“Documentos de los archivos catedralicios diocesanos de Salamanca”, Martín Martín, Salamanca, 1977.

“La formación medieval de España. Territorios, Regiones, Reinos”, Ladero Quesada, Miguel Angel, Alianza Editorial, 2011

“Historia del Reino Visigodo Español”, Orlandis, José, Ediciones Rialp, 2006.

“Los Chamanes de la Prehistoria”, Clottes, Jean y Lewis-Williams, David, Ed. Ariel, 2011

“Historia de España” T. 1º, varios, dirigida por Manuel Tuñón de Lara, Ed. Labor, Barcelona, 1986

“Tras las huellas de Adán”, Wendt, Herbert, Ediciones B.S.A., Barcelona,2009.

“Testamento del Ldº. Balthasar Sendín Calderón, beneficiado que fue de la Peña y sus anexos” en 21 de mayo de 1660, Archivo Histórico Provincial, Salamanca


“Ledesma pasado y presente”, Alvarez  Merino, María José,  Salamanca, 1987

Citas y referencias utilizadas

1“Historia de Salamanca”, Dorado, Bernardo,(1712-1778), manuscrito 2796, Biblioteca Histórica de la Universidad de Salamanca.

2 “ Documentación medieval del archivo de Ledesma”, Alberto Martín Expósito y José Mª Montalvo, Ed. Diputación de  Salamanca, 1986.

3 “Ledesma 1752”, colección Alcabala del viento nº 62, Ediciones Tabapress, 1994.

4  Es de agradecer la importante labor del  P. Jesús Santos, hijo del pueblo, por su infatigable búsqueda de restos prehistóricos en el término del pueblo.

5  "Reseña Histórico Artística de la Provincia de Salamanca", Morán, César, Diputación Provincial de Salamanca, 3ª Ed., 2000.

6 “La Peña”, Martín Casado, Manuel, Trabajo de campo, Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Medicina, 1986 / 87.

7 “Historia de Ledesma, Martín Martín , José Luis y Martín Puente, Santiago, Ed. Diputación de Salamanca Ayuntamiento de Ledesma, 2009.

8  “Historia de Ledesma”, o. c.

9 “Historia de Salamanca”,  Mínguez , José María  (coord.) T. II, Edad Media, Centro de Estudios  Salmantinos, 1997.

10 “Yglesia catedral de Salamanca: Summa libro a todos los prestamos que la iglesia catedral ha e tiene en la dicha ciudad e en sus tierras, e termino e en la villa de Ledesma, e en su termino.” en copia documental de 1345  del libro de 1265 que se conserva en los archivos de la catedral de Salamanca.

11 Arhivo Histórico Provincial de Salamanca, Protocolos, nº 3649, fols. 817- 818 v.

12 “Libro de los lugares y aldeas del obispado de Salamanca”,  manuscrito de 1604-1629, transcrito por Casaseca, Antonio y Nieto González, José Ramón, Ediciones Universidad de Salamanca, 1982.

13 “Libro de fábrica”, 1738 -1781.

14  “Testamento del Sr. Ldo. Balthasar Sendin Calderón Beneficiado que fue de La Peña y sus anexos 21 de mayo de 1660”, Archivo Histórico Provincial, Salamanca.

15 “ Libro de fábrica”de la iglesia.

16 “Historia de Ledesma”, Martín, José Luis y Santiago,Ed. Diputación de Salamanca, Ayuntamiento de Ledesma, 2009.

17 Hasta hace unos años, existía una cruz cerca del cementerio que, por razones que ignoramos, se cayó. ¿Sería mucho pedir al Ayuntamiento del pueblo que la restablezca a su lugar o a otro semejante?.

18 Se decía La Puente a los pasadizos hechos con lanchas ( piedras lisas y planas de poco grosor) sobre los ríos o riveras para el uso de las personas. Sobre unas pilastras de piedras sin argamasa se colocaban las lanchas atravesadas, con vanos para dar paso al agua.  Era frecuente que se anegaran con las crecidas. Si no tenían lanchas traveseras sobre las pilastras, se llamaban pontones y había que saltar de uno a otro para pasar. 

19  1.413 reales y seis maravedíes; derec.: derechos.

20  Villar de Ciervos  se llamaba hasta los primeros años del siglo pasado a Samaniego.

21 Datos sacados del Catastro del Marqués de la Ensenada, realizado en LA PEÑA el año 1753.


22 Catastro del Marqués de la Ensenada, el 25 de enero de 1753 .

Hechos reseñables de interés

El día 14 de noviembre de 2015 se cumplieron tres años de la muerte de María Teresa Vicente Santos- Mary Tere para las personas del pueblo – médica especialista en psiquiatría y neurología en el hospital Virgen de La Arrixaca de Murcia. A sus cualidades profesionales de  competencia y dedicación, la acompañaban otras muchas cualidades humanas,  aún más importantes, como su bondad, sencillez, saber escuchar a todos, humildad, desprendimiento.

Pero si hubiera que destacar alguna de sus virtudes humanas sobre las demás, yo destacaría su dedicación a los más desvalidos, a los inmigrantes en general y, dentro de estos, a los sin papeles. Y no lo hacía ni como sacrificio ni como obligación, sino como algo natural, pues ella pensaba que todos somos iguales tienen derecho a compartir de lo que tenemos y ellos no tienen.

Para ellos siempre tenía una palabra amable de consuelo, de ayuda profesional o incluso económica, si la ocasión lo requería. Ante cualquier iniciativa o proyecto para mejorar su situación en España o en sus pueblos de origen, siempre estaba dispuesta a prestar su colaboración  desinteresada. 


Por su labor con los inmigrantes de Filipinas, en Murcia, el Consulado de aquella nación   le concedió una distinción, en agradecimiento por  la ayuda prestada.

Y en 2013, las autoridades de Senegal  colocaron  una placa conmemorativa en un colegio en memoria de la Doctora María Teresa Vicente Santos, agradeciéndole  su labor social con los nativos de aquel país en España y su colaboración en la creación de huertos-escuela para niños, en los que trabajan las madres con la finalidad  de alimentar a sus hijos con los productos conseguidos y así puedan ellos seguir estudiando y un Centro de Salud, que lleva su nombre, en la región de Louga.

En nombre de todos cuantos tuvimos la suerte de conocerte y tratarte y que hemos sentido  la brisa fresca de tu sonrisa y tu bondad, gracias y hasta siempre, Maritere.











Cofradía de Las Ánimas de La Cabeza de Framontanos

Esta cofradía tenía en La Peña una casa en el Barrio de Arriba, que en 1753 habitaba Juan Sánchez y su familia,  y pagaba quince reales al año. Linda  con casa de Francisco Vicente, poniente con casa de ánimas de La Peña, norte con casa de Francisco Vicente y mediodía con Calle Real.

Cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio

El Libro de cuentas de Las Animas del Purgatorio comienza el año 1770. Ese año es Juan Montes el mayordomo principal. La cofradía tiene rentas de tres casas en el pueblo de las que es propietaria, de un prado y de  una cortina en el sitio denominado Las Animas.

El Catastro del Marqués de la Ensenada dice que la cortina linda por delante con otra de D. Antonio Calderón, de Villarino,  poniente con otra del Seminario de Masueco, Norte con con otra de D. Juan Agustín  Sierra de Salamanca y mediodía con la casa que esta cofradía de las ánimas tiene en ese lugar.

El mismo catastro dice que una de las casas está en el sitio llamado Las Animas, y que linda por delante con Calle Real, poniente y mediodía con cortinas de D. Antonio Calderón y al norte con cortina del Seminario de Masueco. Esta casa la habita Polonia Sánchez y familia y paga quince reales de vellón.

Otra casa tiene la cofradía en el Barrio de Arriba y la habita Francisco Martín y paga quince reales. Por delante linda con Calle Real, poniente con casa del Seminario de Masueco, norte con cortina de D. Alejandro Sierra, presbítero de Pereña, y mediodía con casa de las ánimas de la Cabeza.

Una tercera casa la habita Juan Criado y paga quince reales de vellón. Por delante linda con Calle Real, poniente con cortina de la cofradía de La Cruz, norte con casa de Juan Vicente y mediodía con otra de D. Alejandro Sierra.

En 1777 Manuel Melado pagó de renta por una casa de las ánimas cuatro fanegas de centeno.

El año 1772 Antonio Castilla dejó a las ánimas, por espacio de veinte años, una fanega de centeno. Además recibe rentas por las tierras que tiene  en el lugar de Pereña ( no se especifica cuántas).

Tiene, además, un prado propio  y una tierra en el término de Pereña, en el sitio denominado Los Molacinos, que dan en renta. Además reciben dinero de ventas de queso, de donaciones y de la venta de cabrillas ( no se dice qué son).

Hasta hace pocos años, en que se hizo la parcelación, las ánimas conservaban un prado cerca del pueblo, probablemente el mismo que tenían en 1770.  

Siempre se les tuvo una gran devoción en el pueblo. Era costumbre inmemorial que al oscurecer, después del toque de oración, la familia encargada de tocar las campanas, de cuidar la iglesia y de guardar las llaves,  tocara una campanilla pequeña alrededor de la iglesia para recordar a las almas del purgatorio.  Los niños que se hallaban jugando en la plaza  a esas horas, interrumpían sus juegos y acudían a besar las imágenes que la adornan.

En recuerdo de las ánimas del purgatorio se rezaban siempre tres avemarías al terminar el rosario en las casas y en la iglesia, al toque de oración, al oír la campanilla, y al toque de tres campanadas de la iglesia al amanecer, llamadas del Avemaría. Y a ellas se acudía siempre para solucionar algún problema en la familia, para la curación de las personas y animales y para encontrar las cosas que se perdían.

viernes, 17 de junio de 2016

Cofradía de la Virgen de El Rosario

En el Archivo diocesano de Salamanca se conserva el libro de actas que abarca desde el año 1669, siendo beneficiado (párroco) de La Peña D. Francisco Triguero,  hasta el año 1774. La primera mayordoma el año 1669 fue María Herrero.

Entre los gastos en aceite, candeleros, cera, paños, esterillas, sayas y vestidos para La Virgen y rosarios, destacan los gastos por la compra de “dos tamborinos (sic), o (tamboriles) con dos gaitas y cuatro cuerdas”.


La cofradía celebraba la fiesta del día de La Boda ( seguramente la fiesta de las Madrinas que se celebraba el primer domingo de octubre). Era el día en  que había que ofrecer a la Virgen siete celemines de centeno, doce de trigo y veinte reales. La cofradía, además, ofrecía fruta, lino y otros  productos,  más  doce reales.

La cofradía percibía las rentas de una casa que tenía a nombre de La Virgen del Rosario y de un buey, arrendado,  por el que cobraba 165 reales. Otros ingresos procedían de las limosnas, en dinero o en especie, que recibía de los devotos de la Virgen, como  de las ventas de queso que ofrecían los donantes.

El año 1772 por la venta de un buey a Miguel Herrero, de Almendra, percibió  19 ducados, dinero que se empleó para comprar un novillo ( posiblemente un semental)  que les costó 18 ducados, siendo mayordomo Francisco Sirguero.

La devoción a la Virgen del Rosario estaba muy arraigada entre las personas del lugar, de manera que siempre tuvo muchos cofrades, hasta sesenta a finales del siglo XVII, sin contar mujeres y niños.

Imagen de la Virgen del Rosario llevada en procesión, acompañando a Santa Isabel hasta su ermita.

El mes de octubre era el mes del rosario, por lo que casi todo el pueblo acudía a la iglesia  por las noches a rezarlo, después del toque de oración. Y si no se podía asistir, las familias solían rezarlo en sus casas.

Hasta los años 80 se celebraba con gran solemnidad, en honor de la Virgen del Rosario, la fiesta de la Madrinas, el primer domingo de octubre. Cada año eran madrinas  dos señoras casadas y dos jóvenes solteras, por turno establecido, que debían ofrecer a la Virgen, en nombre del pueblo, los productos de la tierra: calabazas, grano, vino, hortalizas, etc. Era una fiesta de acción de gracias a la Virgen por los beneficios y frutos recibidos.


Origen de los Humilladeros y los Peirones

La abundancia de “cruceiros” en Bretaña y Galicia, ha hecho pensar a muchos que están relacionados con el mundo celta. El cristianismo  habría sacralizado los lugares que, a su vez,  habrían sido sagrados para los celtas, construyendo humilladeros en forma de ermitas o cruceiros. Los celtas veneraban  a las diosas madres, protectoras de la fertilidad y de los campos, en los cruces de los caminos.

Algunos ven su origen en la Reconquista, cuando al repoblar las zonas conquistadas, los nuevos pobladores los ponían como señal de pertenencia a los cristianos y no a los árabes. Sin embargo,  hay que decir que  de esa época, siglos X al XII, no se conoce ninguno.

En Castilla son frecuentes los “humilladeros” cubiertos con tejados y paredes a modo de ermitas, dedicadas a algún Cristo, a la Virgen o santo protector. Raro es el pueblo donde no  hay alguno.

Las puertas y ventanas de los humilladeros  están orientadas hacia la población que se acoge bajo su protección y, además, indicaría  a los forasteros que se hallaban en un lugar sagrado y protegido por las fuerzas del bien. El culto se realizaba sólo en fechas señaladas: El día de la Santa Cruz, el tres de mayo, la bendición de los campos, rogativas por las cosechas o contra alguna calamidad, pedir la curación de los seres queridos o en agradecimiento por favores recibidos.

Del “humilladero” o Santo Cristo de la Peña, hoy no quedan restos de ningún género.  Únicamente permanece el nombre del lugar donde se encontraba la ermita del Santo Cristo y tres cruces, antes había  cinco, y el recuerdo nostálgico de los mayores del lugar.

Como otros santos, tenía también sus cofrades que pedían por el pueblo para contribuir al mantenimiento del culto y de la ermita y para que la lámpara estuviera siempre encendida, tanto en invierno como en verano.

Cada viernes santo, después de los oficios religiosos, los vecinos que habían contribuido con sus donativos, que eran casi todos, acudían a la casa del mayordomo a recibir el pan y el vino de la caridad. Se sacaban los mendrugos de pan, un cuarto de hogaza de unos 250 gramos, en unas bandejas de mimbre, y se daba a beber el vino en unas jícaras de plata con dos asas y adornadas con figuras de santos, llamadas bernegales, que pertenecían a la iglesia.

A los terrenos más cercanos a la ermita, los del lugar los llaman todavía “el Millaero”, claro vulgarismo de “humilladero”.

Al fondo de la ermita, sobre un altar, destacaba la figura de Cristo crucificado. En medio de las dos puertas  tenía una ventana con una reja y tela metálica y, delante,  junto a la pared, por fuera, a lo ancho de la ventana, se hallaba una piedra como si fuera un escalón, donde los niños nos arrodillábamos para rezar el Padrenuestro y algunas personas mayores se sentaban a descansar y musitar alguna oración o jaculatoria.

Todavía hoy las personas mayores  guardan una veneración especial cuando pasan por el lugar donde se hallaba la ermita. Algunos  se santiguan o descubren la cabeza en señal de respeto, lo mismo que  hacían en otro tiempo. A los niños nos enseñaron que, cuando pasáramos por delante, lo hiciéramos en silencio y rezáramos algo. Era un lugar sagrado.

Al  lado derecho del Cristo, día y noche ardía una lamparilla de aceite que le daba  un misterio especial. Viniendo  por el camino de la Vídola, desde el teso de las  “Majaditas”, por las noches, se veía parpadear la lamparilla como si fuera un pequeño faro que guiara a los caminantes. Algunos afirman haberla visto arder  por la noche desde unos cerros de Monleras.

A los rezagados en las faenas del campo u ocupados con los animales y a los pastores, que pasaban la mayor parte de las noches  con las ovejas en el campo, el parpadeo de la lucecilla, en las noches oscuras y frías, les hacía sentir la cercanía del hogar y de la familia, reunida alrededor del fuego.

El Santo Cristo de la Peña tenía fama  de milagrero entre los pueblos cercanos.  Creían con fe ciega que curaba  toda clase de enfermedades y remediaba los males  físicos y espirituales de las personas. Testimonio de todo ello daban los innumerables exvotos colocados en uno de los rincones de la ermita.

Cuentan, y contaban   los viejos del lugar, que las romerías  atraían a innumerables peregrinos a celebrar la fiesta del Cristo, el tres de mayo, día de la Santa Cruz. Unos venían a solicitar sus favores, a cumplir una promesa o por agradecimiento, otros simplemente a pasar un día de fiesta  y reencontrarse con familiares y amigos.

La víspera, por la tarde, a partir de mediodía, el bullicio de la gente, que provenía de los pueblos cercanos, llenaba los   caminos que conducían al pueblo. Venían familias enteras, con sus niños, jóvenes y mayores, unos andando, otros en caballerías  o en carros tirados por vacas y bueyes.

A los animales y a los carros los aparcaban en la explanada que hay detrás de la ermita, en  el “ Coto Rapado” y allí, en los carros o en el suelo, envueltos en mantas y “jergas”, a la intemperie, a la luz de la luna y las estrellas, pasaban la noche quienes no tenían familiares o conocidos que les acogieran en casa.

Antes de la puesta  del sol, con gran devoción, se rezaba el “rosario” y a continuación se hacía el “vía-crucis” alrededor de la ermita, leyendo las estaciones delante de las cruces de piedra que la  flanqueaban . Algunos, llevados por su fervor, o por cumplir alguna promesa o en agradecimiento de alguna gracia recibida, iban con los pies descalzos, e incluso daban determinadas vueltas  de rodillas sobre el suelo desnudo y  frío, lleno de guijarros y arenillas.

Por la mañana, a las doce, venía en procesión el pueblo rezando las letanías de todos los santos con el cura y,  al frente ,dos mozos portaban ambos pendones,  que sólo se sacaban los días más solemnes. Los asistentes se  mezclaban unos con otros, tomaban sitio lo más cerca posible de las puertas de la ermita, ante la imposibilidad de acceder a ella,  para seguir la función litúrgica. Unos  permanecían de pie a la intemperie y la mayor parte se arrodillaba en el suelo, según pudiera.

Al terminar la misa, después de la bendición del cura oficiante, se guardaban unos minutos de silencio para que cada uno pidiera en su intimidad por sus necesidades o de sus familiares más cercanos. No era infrecuente, en medio de aquel silencio sepulcral, escuchar el sollozo contenido a duras penas de algún asistente, o ver limpiarse las lágrimas que le rodaban en silencio a más de uno.

A continuación, se sacaba el Cristo. Todos se santiguaban al verlo aparecer y doblaban su rodilla en el suelo en señal de reverencia y respeto, con la cabeza descubierta los hombres, y se ponía en marcha la procesión. Al frente de ella iba el Cristo flanqueado por los dos pendones y detrás el cura oficiante, con los monaguillos agitando los incensarios y, más atrás, todos los asistentes en respetuoso silencio y contestando con un ora pro nobis  a las invocaciones del sacerdote. La procesión llegaba hasta la explanada del Coto Rapado o hasta la ermita de Santa Isabel y allí daba la vuelta hasta el punto de partida.

Al llegar de nuevo a la ermita, junto a la entrada, se volvía el Cristo hacia los fieles y el sacerdote impartía la bendición a los asistentes con un crucifijo más pequeño que estaba sobre el altar. La función religiosa había terminado. La ermita permanecía abierta hasta  la puesta del sol para que los fieles pudieran acercarse a rezar privadamente. Los romeros emprendían entonces el viaje de vuelta después de comer para que no les sorprendiera la noche en el camino.

 Y de nuevo los caminos se llenaban de carros y de    gente y de voces alegres que se despedían hasta el año próximo, con la confianza puesta en  el Cristo de la Peña,  que  les solucionaría  sus problemas… Todos se volvían contentos, con paz en el alma y la alegría en sus rostros y en sus ojos. Algunos amenizaban el regreso con cantos y otros con el sonido dulce y melodioso de la  flauta y del tamboril.

Pero en el siglo veinte, con los cambios sociales y de costumbres, los peregrinos fueron dejando de afluir y la memoria del Cristo milagrero se fue perdiendo y quedando en un recuerdo borroso, cada vez más lejano.

En 1960, por razones económicas, al parecer, y no poder corregir los desperfectos causados por el paso del tiempo y la incuria de todos, en vez de arreglar la ermita, fue derribada y se vendió el Santo Cristo  a un anticuario por unas cuantas monedas.

Hoy se yerguen, como centinelas y testigos mudos del tiempo y de la incuria, sólo tres cruces de piedra, acusadoras y silenciosas, dando testimonio de un pasado lejano y cobijando bajo su protección a cuantos,  agobiados por los achaques y problemas, vuelven hacia ellas sus ojos esperanzados. Es de esperar que no corran la misma suerte que algunas otras y terminen formando parte de la pared de alguna finca cercana.

El Santo Cristo del Humilladero

Al Oeste del pueblo, en la confluencia  del camino de Fuentes  y el de Masueco  se encontraba en un pequeño altozano la ermita del Santo Cristo, venerada con devoción especial,  tanto  por los habitantes del pueblo como por  los fieles de los pueblos de la comarca.

Era una ermita  pequeña, de planta  cuadrangular de unos cuarenta metros, con el tejado vertiendo a cuatro aguas, construida de piedra. Tenía dos puertas y  una ventanaen el centro  que miraban hacia el pueblo, al Oriente. Digo miraban porque fue derribada en el siglo pasado, hacia el año 6O,  y hoy, en ese lugar, sólo permanecen tres cruces de piedra completas, las bases o peanas de otras dos,  un trozo  de cruz  que se halla incorporado a una pared para evitar que anduviera por allí rodando y algunos restos de su demolición.

Según la enciclopedia Espasa, Humilladero viene de la palabra humillar (“humilliare” en latín). Es un lugar devoto que suele haber en las entradas de las poblaciones, dedicadas generalmente a un cristo, a la Virgen  o a un santo. En otras regiones  reciben otros nombres: “Cruceiros” en Galicia, en Cataluña “ pedró”, en Valencia “ peiró” y en Aragón “ pedró” o “peiró”. Dice el Espasa que los cristianos en la Reconquista, no sólo levantaban iglesias y ermitas, sino también estos “Humilladeros” o “Peirones” en caminos, encrucijadas y promontorios.

Así como humilladero procede de “humillar”, “peiró” o “pedró” viene de Pedro y piedra. Los humilladeros suelen ser lugares religiosos cerrados, como las ermitas, mientras que los “peirones” o “pedrones”, por ejemplo en Aragón, son un baldaquino en forma de quiosco, abierto  por todos sus lados, que sirvió para albergar la “picota” o “rollo”. Según esto, la “picota” sería  lo que definiría al humilladero aragonés.

Otros” peirones” o “pedrones” son monolitos de piedra que se colocaban a las orillas de los caminos como señales indicadoras o en lo alto de los cerros dominando el paisaje. Con frecuencia, estos monolitos estaban coronados con una cruz y se les daba un valor sagrado, denominándolos también humilladeros. En ocasiones se juzgaba allí a los reos o se los exponía para escarnio público.

Cofradía de la Vera Cruz

El primer  Libro de La Cofradía de La Vera Cruz comienza en 1688 y finaliza en 1749.  Comienza con Francisco Castilla e Isabel Martín, su mujer, como cofrades. De La Peña se contabilizan unos 40  cofrades y en 1720 hay 75, más hijos y nietos,  que daría una cifra de más de 200 personas.

Pero también forman parte de la cofradía  24  personas de Cabeza del Caballo  y que en 1680 ascienden a  40,  de Fuentes de Masueco  30,  de La Vídola 17  y de otros pueblos, a los que hay que añadir igualmente, esposas, hijos y nietos, si los había.

Esta cofradía recibe de renta anualmente 56 reales de una cortina que le dejó María Mrnz. ( Martínez?) en 1720, sita en el Tumbaero, que linda con otra de Santiago Sanz, de Masueco;  y tiene, además, otra cortina en el mismo sitio que linda con otra de Santiago Gonz ( González?) del lugar del Milano y con otra de Pedro Rascón, vecino de Salamanca, y por la parte de abajo linda con otra del seminario de Masueco. 

El Catastro de la Ensenada, de 1753, dice que tiene otra cortina en  la Fuente de la Lastra ( La Fuentita?) que linda con otra de la capellanía de Masueco, que goza D. Nicolás Sandín, presbítero de Masueco y al poniente con calle Real y  con casa de D. Alejandro Sierra, presbítero  de Pereña. Le pertenece también una casa que tiene una carga anual de dos misas rezadas en La Peña, cuya limosna son seis reales de vellón (22).

Además, recibe rentas  fijas del pueblo de Robledo, que le dejó Lázaro Castilla, con cargo de dos misas anuales de ocho reales de céntimo.

En el libro se enumeran  otras donaciones de cofrades, del pueblo y de fuera. Llama la atención el donativo de una persona anónima de  84 reales para el “sanatorio de un niño y caridad”, haciendo referencia a la fe que se tenía al Cristo milagrero de la ermita, también desaparecido.

Fruto de la piedad  y devoción que inspiraba a los fieles eran los exvotos que, en agradecimiento, ofrecían al Cristo de La Peña y que se podían ver en la ermita hasta los años cincuenta del siglo pasado. Otras donaciones que recibe la cofradía es “el canastillo”, sin decir en qué consiste,  si en dinero o en especie como, grano o legumbres, y las contribuciones periódicas de los cofrades.

Entre los gastos de la cofradía, además de la cera para velas y aceite  para la lámpara que lucía día y noche en la ermita y que se veía desde distintas partes del término por las noches, destacan los “gastos en vino para lavar a los hermanos penitentes” y otos menesteres.

Parece que se trataría de penitentes  que se autoflagelaban como penitencia para cumplir alguna promesa  en algunas fechas, como el Viernes Santo o el día de la Cruz de mayo, o de la  Exaltación de  la Cruz del 14 de septiembre,  como se hace todavía en muchas partes en Semana Santa, a los que había que curarles las heridas.

También se enumeran los gastos en pan para los hermanos, que se repartía el día de la fiesta entre los cofrades, después de terminar los oficios.
Cruz y bases de otras que se conservan en el lugar donde estuvo ubicada la ermita del Santo Cristo


Como consecuencia  de la visita pastoral y aprobación del Libro de la Cofradía, el obispado manda  “que el sacerdote cuide del ornato de la iglesia y no permita revestir a los santos con ropas ridículas y profanas”. Además le manda que cuide que los fieles santifiquen las fiestas, que impida los bailes nocturnos y las reuniones de uno y otro sexo. Finalmente le recomienda  que se reparen las ermitas de La Cruz y Santa Isabel, y que la de la Magdalena  está indecente y ruinosa.

El segundo libro  de la cofradía va desde 1814 a 1851, siendo párroco  Don Julián Hernández. Está muy incompleto: de 1851 salta a 1919 y se cierra en 1977, siendo párroco de la Peña Don Juan José Herrero Ullán, de Pereña.

Hasta los años 70 del siglo pasado, el día de la Santa Cruz, después de la misa, el mayordomo de la cofradía  repartía a todos los cofrades un mendrugo de pan (un cuarto de hogaza) y un trago de vino  servido en  bernegales de plata, que eran unas  tazas de metal con dos asas. Los Bernegales parece que ya no se conservan, lo mismo que el Cristo que se encontraba  en la ermita y tenía fama de milagrero.

En esos últimos años, todo el pueblo pertenecía a la cofradía y hacía sus aportaciones para los gastos.

sábado, 9 de abril de 2016

Poesías de José Díez Montes

Presentamos aquí algunas de las muchas poesías que ha escrito  “Joselito”, como lo conocemos en el pueblo, a lo largo de su  vida. De  su vocación artística-literaria,  ha dejado un sinfín de poemas que ha ido sembrando por doquier, como si se le hubieran ido “cayendo de sus manos”, como decía Fray Luis de León.

Una pena que sólo podamos presentar estas pocas poesías de las muchas que ha escrito y que están diseminadas en manos de muchos particulares. Trataremos de ir recopilando las que podamos para presentarlas aquí en lo sucesivo.

En estas pequeñas muestras, en versos clásicos, se pueden apreciar sus cualidades poéticas, fruto de su  sensibilidad para captar los sentimientos de amor y de dolor más profundos de las personas, escondidos y ocultos entre el quehacer ordinario de cada día, traer al presente el recuerdo de las vivencias de su niñez,  y la belleza del paisaje de su pueblo  creada por el Supremo Hacedor,  a la que contribuye la actividad  del hombre.


EN LA PEÑA
En la noche otoñal de sementera
cuando alumbra la luna al vasto llano,
está dormido el mozo castellano
de su duro bregar tras la mancera.
En tanto tú te quedas, hilandera,
al calor hogareño del serano
dando vueltas al huso entre tus manos,
labrando en la rueca, placentera,
mazorcas de hilo blanco que compones
con el alma, pensando en los gañanes
que ganar también saben corazones.
Desgranando, al rondar de los galanes,
mazorcas de hilo blanco que compones, 
tendrás el mejor premio a tus afanes.

José Díez Montes

PRIMAVERA
Se elevan las espigas a la altura
y rebosa de gozo la campiña.
¡Qué plenitud de luz en su hermosura!
El viento suavemente desaliña
los árboles frutales. La llanura
semeja el rostro virgen de una niña
que mirando a lo alto, casta y pura, 
con las nubes del cielo se encariña.
Y cuánta majestad, cuánta grandeza
del Divino Hacedor en la besana.
Sonriente y feliz naturaleza
tiende su manto verde, y Dios desgrana, 
con sus manos divinas, la belleza
que viene a repartir cada mañana.

José Díez Montes



PATRIA
(Donde están las cosas que te llegan al alma, ahí está tu patria y tu matria)

Ha llovido esta noche en la majada,
me ladraban los perros al oído,
desde el teso lejano a la quebrada.
Suavemente las aguas han caído,
en compases acordes, amorosas,
que la tierra, sedienta, ha recibido.
Yo he cogido mis bártulos, mis cosas,
herramienta eficaz de cada día,
que manejan mis manos afanosas,
y hacia el ancho sendero al que me guía,
la mano de mi Dios, mi Dios ausente,
ha salido en su buena compañía.
He llegado al arroyo y a la fuente,
y en sus blandos espejos cristalinos,
he mojado los labios y la frente.
Voy sembrando el amor por los caminos
de esta tierra bendita donde tengo
por hermanos las piedras y los pinos
y con ellos, a solas, me entretengo
contemplando su clara sonrisa
de la tierra feraz de donde vengo.
Compañeras, las aves y la brisa
me vienen a cantar cada mañana,
y a enjugar el sudor de la camisa.
Aquí encuentro la paz, aquí la gana
de seguir empeñado en la tarea
de la lucha sincera, cotidiana.
Aquí me place el mirlo que gorjea,
resignado en la paz de su negrura,
cuando a solas cantando se recrea.
Y la alondra, cautiva de la altura,
y el dulce colorín de la retama,
y el casto ruiseñor de la espesura.
Todo me es familiar, todo me llama,
en idioma distinto, de mil modos.
Los sauces y los juncos y la grama
todos saben mi nombre, y yo el de todos,
porque saben mi amor y mi trabajo,
y el dolor de mi carne y de mis codos.
La ladera, el alcor, la cima, el bajo
y la encima, el chopo y el sendero,
y el camino del pueblo y el atajo,
y las nubes que vienen del otero.
Y la brisa que va a la lejanía
perfumando tomillos y romero.
Porque aquí voy dejando cada día
el rastro de mi paso peregrino,
viajero en la pena y la alegría.
Y a lo largo del áspero camino,
que conduce mis huellas silenciosas
a la orilla del último destino,
a las haciendas voy, dificultosas,
y en mi anhelos ando diligente,
aquí pisando espinas, aquí rosas.
Sobre esta tierra, pródiga y caliente
de la mano de Dios, a su llamada,
mi huella va siguiendo diligente.
Aquí tengo ya el alma acostumbrada,
el corazón a todos los cuidados,
y a todos los caminos la pisada.
Aquí paso las horas confiado,
mis sentidos del tiempo en la carrera,
en su silencio suave, reposado.
Sobre esta tierra hermosa, lisonjera,
en mis puros afanes cotidianos
la vida se me va por su ribera.
Aquí conozco bien la voz hermana
y me gusta escuchar la voz amiga.
La vida silenciosa se desgrana
hasta que Dios, calladamente, diga.
José Díez Montes

ANTE LA CRUZ

Tú me has dado, Señor, cuanto podías,
si te diste en la cena todo entero,
qué más puedo pedirte si más quiero,
o qué cosa más darme Tú podrías,
si quedaste por mí, cuando morías,
de Tu amor infinito prisionero,
colgado de la cruz en un madero.
Tú ya has dado, Señor, cuanto tenías,
mas, si no te quedó nada que darme
ni a mí otra alguna cosa que pedirte
sino sólo la suerte de quererte,
dame gracia, Señor, para adorarte.
Dame fuerza, Señor, para seguirte
hasta el fin de mi vida, por Tu muerte.
José Díez Montes

Cofradía de Santa Isabel

El Libro de la “Cofradía de Santa Isabel” conserva las actas desde el año 1640 al 1794. En un acta de 1684 nos dice que “la iglesia de Santa Isabel tiene misa de jubileo de misa grande e indulgencias el día de la Visitación de la Virgen nuestra Señora (dos de julio, día de la fiesta del pueblo)  y del Día de Todos los Santos, el día de Reyes y el día de La Asunción de Nuestra Señora y de los mártires San Julián y San Sebastián”.
Ermita de Santa Isabel. Como se puede apreciar, la ermita ha sufrido reformas. La  parte de la sacristía , a la izquierda, hecha de cantería  labrada, es la más antigua. El pórtico o soportal cubierto (“el portalito”)  perteneció a la construcción primitiva y se colocó donde se halla ahora, hacia 1784, cuando se trajo la piedra de la ermita de San Juan para ampliar ésta

Ultimamente, la ermita ha sido restaurada, con muy buen gusto, por cierto, mediante el trabajo y aportaciones  de los vecinos que viven en el pueblo sobre todo, y de los que viven fuera. Pero es preciso hacer una mención especial  a Alfredo González y José Antonio Vicente Montes por su sacrificio desinteresado,  entrega, buen gusto y horas de trabajo dedicadas en la obra.

De 1640 es la primera acta que se conserva de la  Cofradía, pero se debió fundar anteriomente, pues habla de los cofrades nuevamente renovados. Ese año las primeras cofrades que se nombran de La Peña son Catalina Vicenta, viuda de Juan Sánchez,  y Magdalena y sus hijos.

Posteriormente se cita al párroco del lugar, licenciado Juan Sánchez. Del pueblo se nombran otros 63 cofrades por su nombre. Sólo se cita  al o a la cabeza de familia, no a cuantos dependían de él o de ella, que también formaban parte de la cofradía.

Pero a la cofradía no  solamente pertenecían las personas del pueblo, sino que  estaba abierta también a cuantos quisieran formar parte de ella de otros lugares. Así, ese año de 1640 había inscritos en la cofradía, de los pueblos cercanos a la Peña:

37 cofrades de la Cabeza de Faromontanos (sic)
8 de Almendra
4 de Villar de Ciervos
15 de las Suces (sic)
4 de Masueco
41 de La Vídola
24 de Cabeza del Caballo

Imagen de Santa Isabel, cuya fiesta se celebra el dos de julio, restaurada con las aportaciones de los vecinos del Pueblo

Del resto de pueblos que se mencionan: de  Valsalabroso, Fuentes de Masueco,  la Zarcita,  Valderrodrigo,  Robledo, Robledino,  Laygal (sic),  Adeadávila,  El Milano,  Pereña, de Cerezal de Peñaorcada (sic), no se dice  cuántos pertenecían.

En 1690 hay un aumento considerable de cofrades.
En La Cabeza de  Faromontanos (sic) pasan de 37 a 60
En Valsalabroso hay más de 50
En Almendra 8
En Villar de Ciervos pasan de 4 a más de 30
En Robledo 3
En Masueco  de 4 a más de 35
En Cabeza del Caballo de 24 pasan a más de 40
En La Suces (sic) de 15 a 30

De los cofrades, generalmente, sólo se nombra al o la cabeza de familia, pero era frecuente que lo fueran también la esposa, hijos y, a veces nietos, por lo que su número se elevaba considerablemente. Ello nos da idea de la devoción que se tenía  a Santa Isabel en los pueblos cercanos a La Peña y ello explica que la afluencia de  fieles de otros pueblos a la celebración de la fiesta de la Visitación, el dos de julio, se convirtiera en una auténtica romería.
La imagen de Santa Isabel llevada en procesión por los cofrades, autoridades y el pueblo, desde la iglesia a la ermita, el día de su fiesta


El año 1677 se le dan 2372 reales a Juan Vicente, seguramente mayordomo aquel año,  para que en el plazo de un mes compre a Santa Isabel “Un manto de tela precioso”;  y se compró también un pendón que costó 1841 reales de vellón. El 1748 se hacen reparaciones de la chilla, por peligro de desprendimientos, por valor de 134 maravedíes.

En el Catastro del Marqués de la Ensenada de 1753 se dice que la ermita de Santa Isabel tiene un censo redimible  de 900 reales de vellón de principal (préstamo que hace la ermita) y 27 reales de réditos anuales   que recibió  D. Juan Caballero, vecino de Aldeadávila, y hoy pagan sus herederos.

En 1765 se le compra una diadema de plata para la cabeza por 163 reales. El 1780 se hace una sacristía nueva que costó 1200 reales de vellón y la hizo Manuel Rodríguez, vecino del lugar.

El 1784 el obispado  manda al beneficiado de la iglesia de La Peña  (al párroco) “ que  se traiga la piedra de la ermita de San Juan que esta arruinada y solo tiene las paredes en atención a que esta santa  Imagen está colocada en la ermita de Santa Isabel y no hay caudal” (presupuesto para arreglarla) (“Libro de fábrica” de la Iglesia), por lo que se deduce que la ermita se agrandó y reformó a partir de ese año.

La imagen de San Juan, de la que  habla , era seguramente la que  se conserva en la ermita y que hemos conocido desde siempre. Para completar la familia de Santa Isabel, los hermanos y vecinos de La  Peña, Alonso,  fallecido en abril de 2014, y Javier Melado donaron a la ermita una imagen nueva de San Zacarías.

El 12 de octubre de 1700 se hace un inventario de  la ermita de Santa Isabel  en el que además de manteles, velas, misal, flores, etc., se enumeran dos campanas, una pequeñita (¿la de ánimas?, dos cruces, una de madera  dorada y otra con un cristo de plomo, un cáliz de plata con patena, dos casullas de “catalupha” (tejido de lana afelpado),  de flores encarnadas, de seda.

Coro del pueblo cantando en la plaza para el público asistente, bajo un sol de justicia, con motivo de la fiesta, el dos de julio y  que se celebra  el primer fin de semana de ese mes

En 1710 había un arca de tres llaves donde se metía el dinero de las donaciones.

El libro se cierra en 1794, haciendo constar que Juan de la Diega debe cuatro fanegas de centeno. A partir de aquí comienza el libro nuevo que no hemos podido consultar por no hallarse en el archivo del obispado.

De las imágenes de los santos de la ermita, nada se dice en el inventario. Hoy  hubiera sido interesante, aunque sólo fuera para satisfacer nuestra curiosidad. Pero seguramente pensaban entonces que las imágenes no eran algo que pudieran desaparecer tan fácilmente.
Sinforiano (“Morete”, de nombre artístico), vecino de La Peña, y otros cuatro tamborileros que lo acompañan, amenizando la fiesta de Santa Isabel en la plaza, donde tantas veces y durante tantos años lo han hecho otros tamborileros del pueblo, entre ellos especialmente el gran tamborilero Cándido Montes, fallecido hace poco, y a quien dedicamos un sentido recuerdo. Tanto ellos como las bailarinas van ataviados con típicos trajes de la región

Y Aunque Santa Isabel no tenga hoy cofrades inscritos como en el pasado, se  puede decir que cada vecino del pueblo se sigue considerando cofrade de la Santa, por quien siente auténtica veneración. Prueba de ello es la cantidad de personas, emigrantes   del pueblo, que acude cada año  a celebrar  el día de la fiesta, aunque no estén  todavía de vacaciones. 

Desde los puntos más remotos de España, vuelven al pueblo a participar en la cena de hermandad  que ofrece al Ayuntamiento  la víspera,  y al día siguiente, en la misa, en la procesión, en el vino español,  en los juegos y en los bailes que se celebran en su honor.

La fiesta de Santa Isabel ha sido siempre fecha de reencuentro de las familias y amigos separados por la distancia, de convivencia  de los que vienen de fuera con los que han permanecido, de vivencias nuevas, distintas  y de aprendizaje para niños y jóvenes que han nacido fuera y tienen una parte de sus raíces y sentimientos en el pueblo y que más tarde serán continuadores de la tradición.

Y un recuerdo de nostalgia empaña la ausencia de quienes se encuentran lejos ese día por los distintos  avatares de la vida o porque ya nos han abandonado definitivamente.

Fruto de ese cariño y devoción por  Santa Isabel y cuanto representa para el pueblo,  es la abnegación, el trabajo y las aportaciones con que los vecinos, con gran sacrificio, han contribuido estos años recientes para restaurar la imagen y la ermita. Todo ello realizado con buen gusto, devolviéndole el esplendor que tuvo en épocas pasadas.

Las personas de los pueblos más cercanos siguen acudiendo a la fiesta, como en otros tiempos. Antes  acudían con los medios de transporte al uso. Se solía decir   que el día de Santa Isabel no había casa en La Peña en que no hubiera al menos un invitado forastero. 

Hoy, con los nuevos medios de transporte, muchos  siguen viniendo a la misa y procesión, o a los juegos y bailes populares, honrando a los vecinos del pueblo con su presencia y contribuyendo con ello a realzar su festividad.