En 1265, la iglesia de la LA PEÑA es citada en el libro “Yglesia catedral de Salamanca Summa libro…”, antes citado, como deudora a la catedral de ocho maravedíes. Y en el “ Censo de población de las provincias y partidos de la Corona de Castilla”, del archivero Tomás González, de 1591, al enumerar los habitantes de los pueblos pertenecientes al condado de Ledesma en el año 1500 , dice que La Peña tenía entonces 37 vecinos.
La iglesia de La Peña es más antigua de lo que aparenta. Ya hemos dicho que se cita a la iglesia en 1265 como deudora de 8 maravedíes a la catedral de Salamanca y que el primer libro de bautismos – hoy en el archivo diocesano- es de 1562. . El cuerpo central de la iglesia es el más antiguo y son posteriores las naves laterales que forman el crucero en su forma actual con la sacristía, y más moderna es la dependencia que se halla a la izquierda de la entrada.
Se ve claramente desde la plaza de la antigua escuela, que la iglesia ha sufrido distintas reformas y ampliaciones a lo largo del tiempo. No parece a simple vista que se conserven restos de la iglesia primitiva.
Con toda seguridad, la iglesia primitiva del pueblo en nada se parecía a la actual. La torre, por ejemplo, o mejor, la de los años sesenta antes de caerse, no existía entonces, es del siglo XVI, y las capillas laterales al altar mayor en la forma actual son mucho más recientes. En la sacristía aparece la fecha de 1872. Posiblemente la iglesia primitiva fuera una especie de capilla que se fue agrandando con el paso de lo años, según las necesidades.
La iglesia, ampliada en distintas
épocas de su historia. La
primitiva debió ser muy pequeña, de una sola nave y más baja. Al
principio sólo existió la nave central
En el “Libro de los lugares y aldeas del obispado de Salamanca” (12) habla de La Peña y dice que en 1604 “ tiene 36 vecinos y una yglesia con un buen retablo, en medio del qual está San Pedro, de tabla, dorado, lo demás del retablo es de pincel” ( pintado).
El retablo del que se habla aquí no era el que estuvo en el altar mayor hasta los años sesenta. Se trata de otro mucho más antiguo, incluso anterior al que se destruyó por un derrumbamiento del tejado en el primer cuarto del siglo pasado. El texto citado da a entender que en el retablo del altar mayor no había más imágenes que la de San Pedro.
12 “Libro de los lugares y aldeas del obispado de Salamanca”, manuscrito de 1604-1629, transcrito por Casaseca, Antonio y Nieto González, José Ramón, Ediciones Universidad de Salamanca, 1982.
Foto de San Pedro, arriba a
la derecha. Es, seguramente, la imágen más antigua de la iglesia, del s. XV o
XVI. Con motivo de la fiesta del pueblo, la Visitación de Nuestra
Señora, el dos de julio, la imagen de Santa Isabel se coloca en el altar mayor,
hasta que se suba a su ermita, después de la misa
Del cura del pueblo en esa fecha (1604), se dice que es de Portugal, de la Guardia, se llama Gonzalo Méndez, de 32 años y “que se preocupa de la doctrina y de recaudar” y, como dato curioso, añade que “es desaseado con los ornamentos de la iglesia”.
Dice también que “es benefficiado el maestro Arroio, cathedrático de Phisica en Salamanca, supe allí como a siete años que no ha asistido, adviértolo a V. Sª, para que vea lo que convenga”
En 1748 se hace un inventario de la Iglesia de San Pedro de La Peña, según se dice en el “ Libro de Fábrica” (13), en el que resaltan los siguientes objetos religiosos: Un copón de Plata,, dos mangas, una con cruz de plata y la otra de metal, un viril dorado de madera, cajones de madera para los ornamentos, cuatro pendones, uno negro de damasco, otro encarnado, otro blanco y otro azul, un arca grande donde se guarda la cera del Señor, andas para los difuntos, lámparas de metal: una del Señor, otra de Nuestra Señora, otra del Santo Cristo y otra de San Sebastián y un palio de damasco.
Hasta los años 60 del siglo pasado se conservaron en la iglesia tres lámparas de bronce, una más grande frente al altar mayor y dos en los laterales. Es muy probable que se tratara de las lámparas mencionadas en el Libro de Fábrica de 1748
En ese Libro de Fábrica, que se encuentra en el Archivo Diocesano de Salamanca, aparece un mandato al párroco de La Peña para “que se acomoden el lateral del Santo Niño y de San Antonio en la capilla mayor y se haga un retablo parecido al de La Vídola; se remodelen los tejados de la iglesia”. A falta de más datos, no sabemos cuándo, ni si se hizo tal retablo, o si se trata del retablo barroco en el que estuvo San Antonio, en la capilla lateral y que ya no existe.,.
También se habla en ese libro de las reparaciones de las iglesia y ermitas, gastos en ornamentos y objetos sagrados, importe de los diezmos y primicias del trigo, de la cebada, garbanzos, lana, lino, patatas, gálbanas decimales, pollos, corderos, sepulturas de la iglesia, etc.
En el Libro de Tazmías entre los años 1709 a 1807 es donde se anotaban los tributos que había que pagar a la iglesia. En él se habla de los diezmos y primicias que pagaban todos los vecinos.
Adosado a la iglesia y perteneciente a ella, en la pared norte que da a la plaza de la antigua escuela, se conservó hasta mediados del siglo pasado una especie de almacén, llamado la Cilla, donde se recogían no sólo los diezmos y primicias del pueblo para la iglesia, sino también los de los pueblos vecinos como Valsalabroso, La Vídola, Villar de Ciervos (Samaniego) y Las Uces.
La Peña era para el obispado el centro religioso y administrativo de los pueblos anejos citados. Y dicho sea de paso, el libro se encuentra en estado deplorable, comido por la carcoma y la humedad, en alto peligro de destrucción total.
Los enterramientos
Era costumbre en la antigüedad hacer los enterramientos en las iglesias. En la iglesia de La Peña, los enterramientos ocupan casi toda la nave principal; hoy están ocultos por las baldosas que se pusieron por el año 1960.
Una vez ocupadas todas las tumbas, se enterraba de nuevo en ellas pasados dos o tres años y se sacaban previamente los huesos de lo anteriores difuntos que se depositaban en el osario, situado en un rincón, formado por el campanario y la pared norte de la iglesia.
La costumbre de enterrar en las iglesias en España viene de la baja Edad Media y perduró hasta el siglo XVIII. Era una manera que tenía la Iglesia de sacar dinero con la venta de las tumbas. A causa de las frecuentes epidemias y, por tanto, del abundante número de defunciones, las iglesias no podían soportar más enterramientos, pues se habían convertido en pudrideros y foco de malos olores, con evidente perjuicio para la sanidad pública. Había normas que prohibían sacar los restos del anterior ocupante de la tumba hasta que no pasaran al menos dos o tres años, pero se cumplían a medias, según las necesidades.
Frente al altar mayor, un poco a la derecha, hacia la sacristía, hay una tumba que, hasta que se taparon las losas de piedra con el pavimento actual, llamaba la atención porque era distinta de las demás. La losa que la cubre es de pizarra de una sola pieza, tallada, con un escudo y un cordón alrededor esculpidos, pero sin nombre. Se suponía que se debía tratar del enterramiento de alguna persona importante del pueblo.
Hoy ese misterio se ha aclarado definitivamente. Se puede afirmar con toda seguridad que es la tumba de D. Balthasar Sendín Calderón, natural de Pereña, sacerdote y párroco del pueblo, muerto después de 1660, año en que redactó su testamento en el que ordenó “mandar poner una losa de pizarra labrada con el escudo de mis armas y un cordón donde conste que la dicha sepultura es mía propia e y naxenable” (14).
Este sacerdote pertenecía a la familia de los amos de Villarino, que vendieron el terreno a los vecinos del pueblo a principios del siglo pasado. En 1660, en sus disposiciones testamentarias, constituye un vínculo de cuatro yugadas de terreno en La Peña a favor de su sobrino, don Pedro Sendín. Dejó establecido que el vínculo se transmitiría de los padres al primogénito, con preferencia del varón sobre la mujer y sólo a través de hijos legítimos.
En 1787, el rey Carlos III, por Real Cédula, prohíbe los enterramientos en las iglesias e intramuros de las ciudades y pueblos para evitar daños y epidemias. En 1796, el Rey, por otra Real Cédula, urge la obligación de enterrar fuera de las poblaciones, en sitios ventilados y aprovechando las ermitas como capillas de los cementerios. Sólo se permite inhumar en las iglesias a la familia real, personas notables de la sociedad y al clero.
El cementerio del pueblo es, por tanto, de finales del siglo XVIII, muy posterior a la ermita de Santa María Magdalena a la que se anexionó.
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