Presentamos aquí algunas de las muchas poesías que ha escrito “Joselito”, como lo conocemos en el pueblo, a lo largo de su vida. De su vocación artística-literaria, ha dejado un sinfín de poemas que ha ido sembrando por doquier, como si se le hubieran ido “cayendo de sus manos”, como decía Fray Luis de León.
Una pena que sólo podamos presentar estas pocas poesías de las muchas que ha escrito y que están diseminadas en manos de muchos particulares. Trataremos de ir recopilando las que podamos para presentarlas aquí en lo sucesivo.
En estas pequeñas muestras, en versos clásicos, se pueden apreciar sus cualidades poéticas, fruto de su sensibilidad para captar los sentimientos de amor y de dolor más profundos de las personas, escondidos y ocultos entre el quehacer ordinario de cada día, traer al presente el recuerdo de las vivencias de su niñez, y la belleza del paisaje de su pueblo creada por el Supremo Hacedor, a la que contribuye la actividad del hombre.
EN LA PEÑA
En la noche otoñal de sementera
cuando alumbra la luna al vasto llano,
está dormido el mozo castellano
de su duro bregar tras la mancera.
En tanto tú te quedas, hilandera,
al calor hogareño del serano
dando vueltas al huso entre tus manos,
labrando en la rueca, placentera,
mazorcas de hilo blanco que compones
con el alma, pensando en los gañanes
que ganar también saben corazones.
Desgranando, al rondar de los galanes,
mazorcas de hilo blanco que compones,
tendrás el mejor premio a tus afanes.
José Díez Montes
PRIMAVERA
Se elevan las espigas a la altura
y rebosa de gozo la campiña.
¡Qué plenitud de luz en su hermosura!
El viento suavemente desaliña
los árboles frutales. La llanura
semeja el rostro virgen de una niña
que mirando a lo alto, casta y pura,
con las nubes del cielo se encariña.
Y cuánta majestad, cuánta grandeza
del Divino Hacedor en la besana.
Sonriente y feliz naturaleza
tiende su manto verde, y Dios desgrana,
con sus manos divinas, la belleza
que viene a repartir cada mañana.
José Díez Montes
PATRIA
(Donde están las cosas que te llegan al alma, ahí está tu patria y tu matria)
Ha llovido esta noche en la majada,
me ladraban los perros al oído,
desde el teso lejano a la quebrada.
Suavemente las aguas han caído,
en compases acordes, amorosas,
que la tierra, sedienta, ha recibido.
Yo he cogido mis bártulos, mis cosas,
herramienta eficaz de cada día,
que manejan mis manos afanosas,
y hacia el ancho sendero al que me guía,
la mano de mi Dios, mi Dios ausente,
ha salido en su buena compañía.
He llegado al arroyo y a la fuente,
y en sus blandos espejos cristalinos,
he mojado los labios y la frente.
Voy sembrando el amor por los caminos
de esta tierra bendita donde tengo
por hermanos las piedras y los pinos
y con ellos, a solas, me entretengo
contemplando su clara sonrisa
de la tierra feraz de donde vengo.
Compañeras, las aves y la brisa
me vienen a cantar cada mañana,
y a enjugar el sudor de la camisa.
Aquí encuentro la paz, aquí la gana
de seguir empeñado en la tarea
de la lucha sincera, cotidiana.
Aquí me place el mirlo que gorjea,
resignado en la paz de su negrura,
cuando a solas cantando se recrea.
Y la alondra, cautiva de la altura,
y el dulce colorín de la retama,
y el casto ruiseñor de la espesura.
Todo me es familiar, todo me llama,
en idioma distinto, de mil modos.
Los sauces y los juncos y la grama
todos saben mi nombre, y yo el de todos,
porque saben mi amor y mi trabajo,
y el dolor de mi carne y de mis codos.
La ladera, el alcor, la cima, el bajo
y la encima, el chopo y el sendero,
y el camino del pueblo y el atajo,
y las nubes que vienen del otero.
Y la brisa que va a la lejanía
perfumando tomillos y romero.
Porque aquí voy dejando cada día
el rastro de mi paso peregrino,
viajero en la pena y la alegría.
Y a lo largo del áspero camino,
que conduce mis huellas silenciosas
a la orilla del último destino,
a las haciendas voy, dificultosas,
y en mi anhelos ando diligente,
aquí pisando espinas, aquí rosas.
Sobre esta tierra, pródiga y caliente
de la mano de Dios, a su llamada,
mi huella va siguiendo diligente.
Aquí tengo ya el alma acostumbrada,
el corazón a todos los cuidados,
y a todos los caminos la pisada.
Aquí paso las horas confiado,
mis sentidos del tiempo en la carrera,
en su silencio suave, reposado.
Sobre esta tierra hermosa, lisonjera,
en mis puros afanes cotidianos
la vida se me va por su ribera.
Aquí conozco bien la voz hermana
y me gusta escuchar la voz amiga.
La vida silenciosa se desgrana
hasta que Dios, calladamente, diga.
José Díez Montes
ANTE LA CRUZ
Tú me has dado, Señor, cuanto podías,
si te diste en la cena todo entero,
qué más puedo pedirte si más quiero,
o qué cosa más darme Tú podrías,
si quedaste por mí, cuando morías,
de Tu amor infinito prisionero,
colgado de la cruz en un madero.
Tú ya has dado, Señor, cuanto tenías,
mas, si no te quedó nada que darme
ni a mí otra alguna cosa que pedirte
sino sólo la suerte de quererte,
dame gracia, Señor, para adorarte.
Dame fuerza, Señor, para seguirte
hasta el fin de mi vida, por Tu muerte.
José Díez Montes
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