En el Ayuntamiento de La Peña se encuentra el libro del Catastro del Marqués de la Ensenada del 25 de enero de 1753 que va describiendo cada una de las posesiones de los propietarios del pueblo con todo detalle. Hace una separación entre los bienes de los seglares de los bienes de la iglesia y de las cofradías, y a continuación pasa a delimitar cada una de las propiedades.
Con estos datos del Catastro, se deduce claramente que la mayoría de la población estaba constituida por renteros o aparceros con pocos recursos económicos, explotados por los amos de las tierras, por los impuestos que debían pagar a la iglesia y a los señores.
Y ello explica también que en nuestro pueblo no haya edificios antiguos de importancia, ni restos de cierto valor arquitectónico, más bien, al contrario, la mayoría de las casas eran cuchitriles, sin apenas luz ni espacio, que denotaban la pobreza de sus moradores. Bastante tenían sus habitantes con cubrir las necesidades más elementales, después de pagar las rentas, los despiadados impuestos y las deudas contraídas.
La vida en el pueblo, a lo largo de los años, y durante muchos siglos, fue de trabajo duro, del que no se libraban las mujeres y ni siquiera los niños, disponiendo siempre de escasos recursos económicos .
La producción estaba tan diversificada, que todas las personas eran necesarias para realizar las tareas de cada día: el terreno era un proindiviso, con fincas muy pequeñas y se sembraban cereales, toda clase de legumbres, y se trabajaban las viñas; en cuanto al ganado había vacas, ovejas, cerdos en el campo, cabras y caballerías. Todo esto suponía que todas las personas estuvieran ocupadas siempre en las faenas del campo.
Esa laboriosidad que ha caracterizado siempre a los habitantes de nuestro pueblo tendrá que ver algo, sin duda, con ese deseo de llegar a ser dueños de su esfuerzo y de su trabajo, forjado con ese pasado de carencias, de privaciones y dependencia de la voluntad, del capricho y la explotación de otros.
Pocilga donde se guarecían los
cerdos cuando vivían en el campo
Y eso explica también la cantidad de vecinos del pueblo que se vieron obligados a emigrar, sobre todo a América de Sur, a Cuba y Argentina, sobre todo, desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX, y que siguen perpetuando el recuerdo nostálgico de su pueblo en las generaciones más jóvenes.
En cuanto a la adquisición de la propiedad de las tierras por los vecinos del pueblo, tuvo lugar con la desamortización de Mendizábal de 1836 y otras se hicieron años más tarde. Las últimas propiedades que se compraron a los grandes terratenientes, tuvieron lugar los primeros años del siglo pasado, hacia 1918, y las compraron de común acuerdo entre casi todos los vecinos del lugar.
Algunos de los más viejos del pueblo, hasta hace unos años, recordaban con pena cuando los amos vinieron a cobrar el importe de las yugadas de tierra y locales que habían vendido. Como la mayor parte de los compradores no disponían de dinero en efectivo, lo pagaron en especie y con ganado. Cada cual trajo sus ovejas, cabras y vacas que tenían al Ejido, y los vendedores de las tierras iban seleccionando el ganado mejor hasta compensar, según su criterio e intereses, el valor de las fincas y locales que cada uno había adquirido.
Muchos se quedaron sin ganado y otros con muy poco y el peor; el que habían desechado los vendedores de las tierras. El disgusto y despecho entre los compradores fue considerable y las lágrimas de rabia y de dolor por lo que ellos consideraban abusivo, corrieron en abundancia por el pueblo, pues la valoración de su ganado no se correspondía, según ellos, con su valor en el mercado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario