Por la falta de conexiones con la capital y con
otros núcleos grandes de población, el
pueblo permaneció siempre aislado, como tantos otros de esta zona, viviendo de sus tradiciones y
costumbres ancestrales, hasta la segunda mitad del siglo pasado, en que la emigración y los medios de
comunicación social y terrestre lo
rescataron de su aislamiento.
La modernidad y los adelantos en la agricultura y
explotaciones ganaderas llegaron tarde por estos lares, cuando ya la gente
joven había comenzado a emigrar, por los años setenta, a Francia, Alemania,
Suiza…y a las grandes ciudades de la Península. Antes ,
a primeros del siglo XX, no pocos jóvenes
e incluso familias enteras habían emigrado a Cuba o a Argentina, sobre todo. Consecuencia
de esa diáspora continua que viene del siglo pasado es el envejecimiento
progresivo y disminución de la población, que amenazan seriamente la
supervivencia del pueblo.
Sin embargo, a pesar de ese aislamiento, el pueblo siempre tuvo inquietudes culturales que hoy nos causan admiración. Hasta los años 70 del siglo pasado, los vecinos representaban obras de teatro en locales que acomodaban a tal fin. Y los mayores del lugar hablan de tiempos aún bastante anteriores , cuando casi nadie sabía leer ni escribir, y aprendían de memoria y representaban obras como “La Venganza de D. Mendo”, El Puñal del Godo”, “Don
Juan Tenorio”, “El Alcalde de Zalamea”, u otras de parecida dificultad y
escribían poemas y loas (lodas, las
llamaban) sobre los sucesos más importantes
del lugar.
Aunque desconocido de la mayoría de las personas de la propia provincia, hasta el punto de no aparecer ni en los mapas hasta hace unos años, sin embargo, por aquí anduvo Unamuno a primeros del siglo pasado “chapuzándose de pueblo” y conociendo la idiosincrasia y la “intrahistoria” en sus gentes, como él decía. Y antes que él, en 1887, Tomás González Moro, que había pasado largos años de maestro enLa
Vídola , había
escrito un sainete titulado “Un juicio de conciliación” donde refleja, como cuenta él mismo, “el trato franco y sencillo que tanto distingue a los honrados labriegos
de la llamada Ramajería”.
Sus moradores se dedican y se han dedicado siempre a las labores del campo y, sobre todo, a la ganadería. El trabajo del campo siempre estuvo supeditado a la ganadería y al autoconsumo, diversificado entre el cultivo de cereales, forrajeras, viñas, legumbres, patatas, etc., todo de secano.
La meseta del Duero, desde la época romana al año 750, en que fue invadida por los árabes y su posterior reconquista por los reyes cristianos, permaneció casi despoblada y se fue repoblando ya en el siglo X tímidamente por la iglesia y los reyes de León. Los árabes que no quisieron convertirse al cristianismo abandonaron la zona del Duero entre los años 914 y 1080.
Hubo algunas repoblaciones especiales a finales del siglo X, más por cuanto tuvieron de testimonial, llevadas a cabo por el Arcedianato de Ledesma y por una comisión real presidida por el obispo de Segovia, D. Raimundo, que distribuyó tierras a los pocos habitantes que allí había y a los nuevos colonos. También hizo algunas repoblaciones en la ribera del Tormes el rey Ramiro II, tras sus sonadas victorias contra Abderramán.
Parece ser que algunos primitivos cristianos, hispano-romanos, descendientes de los vetones, que vivían antes de la invasión árabe, igual que no pocos mozárabes después de la reconquista por los reyes de León, permanecieron en sus aldeas. A éstos se irían uniendo los nuevos colonos traídos de otras zonas.
Es improbable que existieran núcleos visigodos de cierta importancia en toda esta parte del Oeste de Salamanca y Zamora, como se afirma en algunas hojas informativas de la región, pues se sabe que no fueron tantos los visigodos que pasaron de Francia a España, como se venía creyendo hasta ahora, y éstos se asentaron de ordinario sobre las principales vías de comunicación como Avila, Segovia, Madrid, Toledo, Soria, Palencia, Valladolid y otras zonas de mayor influencia política y militar. Parece ser que en Ledesma existió una pequeña colonia visigoda.
Otro tanto sucedió con los árabes que ocuparonla Península desde la invasión, del 711
en adelante. Las zonas menos fértiles apenas notaron su presencia, como sucedió
en la zona oeste del Duero. Sin embargo,
su estancia en estas tierras ha perdurado en la memoria colectiva de la
tradición popular.
Sin embargo, a pesar de ese aislamiento, el pueblo siempre tuvo inquietudes culturales que hoy nos causan admiración. Hasta los años 70 del siglo pasado, los vecinos representaban obras de teatro en locales que acomodaban a tal fin. Y los mayores del lugar hablan de tiempos aún bastante anteriores , cuando casi nadie sabía leer ni escribir, y aprendían de memoria y representaban obras como “
Aunque desconocido de la mayoría de las personas de la propia provincia, hasta el punto de no aparecer ni en los mapas hasta hace unos años, sin embargo, por aquí anduvo Unamuno a primeros del siglo pasado “chapuzándose de pueblo” y conociendo la idiosincrasia y la “intrahistoria” en sus gentes, como él decía. Y antes que él, en 1887, Tomás González Moro, que había pasado largos años de maestro en
Sus moradores se dedican y se han dedicado siempre a las labores del campo y, sobre todo, a la ganadería. El trabajo del campo siempre estuvo supeditado a la ganadería y al autoconsumo, diversificado entre el cultivo de cereales, forrajeras, viñas, legumbres, patatas, etc., todo de secano.
La meseta del Duero, desde la época romana al año 750, en que fue invadida por los árabes y su posterior reconquista por los reyes cristianos, permaneció casi despoblada y se fue repoblando ya en el siglo X tímidamente por la iglesia y los reyes de León. Los árabes que no quisieron convertirse al cristianismo abandonaron la zona del Duero entre los años 914 y 1080.
Hubo algunas repoblaciones especiales a finales del siglo X, más por cuanto tuvieron de testimonial, llevadas a cabo por el Arcedianato de Ledesma y por una comisión real presidida por el obispo de Segovia, D. Raimundo, que distribuyó tierras a los pocos habitantes que allí había y a los nuevos colonos. También hizo algunas repoblaciones en la ribera del Tormes el rey Ramiro II, tras sus sonadas victorias contra Abderramán.
Parece ser que algunos primitivos cristianos, hispano-romanos, descendientes de los vetones, que vivían antes de la invasión árabe, igual que no pocos mozárabes después de la reconquista por los reyes de León, permanecieron en sus aldeas. A éstos se irían uniendo los nuevos colonos traídos de otras zonas.
Es improbable que existieran núcleos visigodos de cierta importancia en toda esta parte del Oeste de Salamanca y Zamora, como se afirma en algunas hojas informativas de la región, pues se sabe que no fueron tantos los visigodos que pasaron de Francia a España, como se venía creyendo hasta ahora, y éstos se asentaron de ordinario sobre las principales vías de comunicación como Avila, Segovia, Madrid, Toledo, Soria, Palencia, Valladolid y otras zonas de mayor influencia política y militar. Parece ser que en Ledesma existió una pequeña colonia visigoda.
Otro tanto sucedió con los árabes que ocuparon
Anochecer en La Varga ,
cerca del río Uces
En casi todos los pueblos se hace referencia a
ellos, a los moros, por algún tesoro escondido y abandonado; por alguna cueva
misteriosa, donde se dice que se oyen voces o se ven figuras extrañas ciertos
días del año, como en el teso de San Cristóbal, en Villarino; por los nombres de fuentes, tesos, peñas,
etc, o por algunos santos martirizados por ellos, como San Leonardo, San
Nicolás y San Nicolasín, en Ledesma, o perseguidos como Santa Marina en La Verde.
Para las
autoridades del reino de León, y de
Castilla después, era importante repoblar las zonas deshabitadas, aumentar el
escaso número de habitantes que ya
existían y ocupar las zonas abandonadas por los árabes por razones
sociales, económicas y políticas, como es fácil comprender.
A esta repoblación
del alto y bajo Duero se la denominó
concejil o de “frontera”, siempre vigilada por señores
y caballeros, pues se trataba de aumentar la población o crear poblados nuevos
para ir ocupando inmediatamente las zonas abandonadas por los árabes en su
huída y así evitar que volvieran.
Generalmente, las tierras liberadas de los árabes y
las sin dueño, o mostrencas, se entregaban a un señor, a la iglesia o a un
convento para que las administrasen
y se encargaran de
repoblarlas y defenderlas, como sucedió
con la zona del Abadengo, limitada por los ríos Duero, Agueda, Huebra y Yeltes,
o la del Alfoz de Ledesma.
Sobre los señores y
caballeros recaía el peso militar de defensa del territorio y de
acompañar al rey cuando declaraba la guerra. Era frecuente que los caballeros,
en tiempos de cierta calma, organizasen
cabalgadas por tierras árabes en
busca de botín (razias), y lo mismo
se hacía de la otra parte por territorio
cristiano. Por eso el peligro que corrían los
poblados fronterizos y la necesidad
de estar bajo la protección de alguien que los defendiera.
La mayoría de los repobladores eran campesinos que
acudían al reclamo de las tierras y por las garantías jurídicas personales
que les ofrecían los señores. Así
surgieron pequeñas aldeas, poblados y alquerías
en la región, y los ya existentes vieron aumentar sus habitantes.
A veces, a esos nuevos aldeanos se les donaban
tierras yermas en propiedad y otras en explotación comunitaria,
sobre todo pastos para el ganado, pero,
en ocasiones, se les traía como arrendatarios para trabajar las tierras de sus
señores.
Los arrendatarios
tenían que cumplir con los amos
lo convenido en el arrendamiento y, además, tanto éstos como los pequeños
propietarios tenían que pagar una serie de tributos en especie o en dinero a los señores o
representantes del Rey, si era
realengo, sin olvidar que también debían
satisfacer los diezmos y primicias a la iglesia. Es decir, que por todas partes los
esquilmaban con impuestos, por lo que es fácil deducir que estos colonos
eran de condición muy humilde y muchos
de ellos se empobrecerían cada vez más
cuando venía un mal año y las cosechas escaseaban, o no había pastos en las zonas ganaderas.
Y así, muchos se empeñaban con los amos y señores de las
tierras por deudas que no podían pagar,
llegando a caer no pocos en situaciones de auténtica servidumbre.
Estos nuevos colonos se establecían en los pueblos y ciudades según su procedencia,
formando barrios o distritos. Las ciudades más grandes solían tener hasta veinte distritos, las villas cinco y las aldeas ninguno. Lógicamente, el
número de distritos dependía del número,
origen y creencias de los inquilinos. Salamanca, por ejemplo, estaba formada por
distritos de mozárabes, francos, castellanos, toreses, portogaleses y serranos.
Pero en casi todas había tres grandes distritos que englobaban a los
demás según su religión y que eran el distrito cristiano, el más numeroso, el
árabe y el judío.
De las ciudades, como de las villas más importantes y prósperas, dependían jurídica y administrativamente
multitud de poblados más pequeños que formaban el Alfoz o territorio administrativo. Ledesma, por ejemplo, había pertenecido en un principio al Alfoz de
Salamanca.
Pero debido a una serie de circunstancias políticas
y otros factores, como su situación estratégica
de estar situada junto al Tormes,
de formar frontera con los árabes, haber aumentado su población, ser eje de
comunicaciones entre el norte y el este de León, donde confluían seis vías pecuarias y un
ramal proveniente de la calzada romana de la Vía de La Plata , y gozar de excelente
prosperidad económica, el rey Fernando
II la declaró capital de Alfoz, independiente de Salamanca el 1161.
Muestra de un trozo de calzada
romana, bastante deteriorada, en Ledesma
No fue en
absoluto pacífica la separación de Ledesma del Alfoz de Salamanca, “ pues los salmantinos y los vecinos de
Avila sus amigos formaron un ejército
por los años de 1179 y talaron los
campos y muchos pueblos de Ciudad Rodrigo y Ledesma, sentidos de que el rey D. Fernando 2º mandaba poblar esta villa y acortaba los
términos de esta ciudad (Salamanca), para darlos a la nueva
población. Pero sabido por el Monarca el atrevimiento se dispuso a castigarlos:
Juntó sus gentes, viniendo en busca de los rebeldes hallólos en los campos de la Balmuza , donde se dio la
batalla, que ganó el Rey…” (1)
Vencidas las tropas de los salmantinos, nada impedía ya que Ledesma siguiera conservando su señorío real concedido pocos años antes, dependiendo del rey directamente y no de otros señores, con 161 pueblos, entre ellosLa
Peña , aldeas y alquerías,
dependientes de su jurisdicción y con fuero propio.
Vencidas las tropas de los salmantinos, nada impedía ya que Ledesma siguiera conservando su señorío real concedido pocos años antes, dependiendo del rey directamente y no de otros señores, con 161 pueblos, entre ellos
Palacio de los duques de Albuquerque en
Ledesma, en la plaza, junto a la iglesia
En 1312, Fernando IV confirmó sus
privilegios y se comprometió a no dar Ledesma y su Alfoz “a rey nin a infante nin a rico
ome nin a rica dueña nin a perlado …”
Y, tres años más tarde, Las Cortes de Burgos, el 22 de
julio de 1315, confirmaron el
señorío real y los privilegios del Alfoz:
“
Otro si que las villas é los lugares que fueron de Don Alfonso fijo del Infante
Don Fernando, é de Don Sancho fijo del Infante Don Pedro, que son Beiar, é
Montemaior, é Miranda, é Granada, é Galisteo, é Alba, é Salvatierra é Ledesma
con todos sus términos. Que estas dichas villas que non sean dadas a Reynas,
nin á Infanzones, nin a ricos omes, nin a órdenes, nin a cavalleros, nin a los
dichos Don Alfonso nin a Don Pedro que se lama fijo de Don Sancho, nin a
ninguno de los regnos nin de fuera de los regnos, nin sean metidos a juicio,
mas que finquen Reales segunt en tiempo
del Rey Don Fernando que ganó a Sevilla. Otrosí confirmamos al concejo de Ledesma que haian sus aldeas
que son estas: Penna, Villarino, ,Corporario, Darios (Corporario), La Cabeza de fuera mercados ( La Cabeza de Framontanos),
Aldea de Avila, Mieza,…”
Así pues, Ledesma
y su Alfoz se rigieron durante un siglo por sus propias leyes, o fuero, que
regían la vida, relaciones sociales y jurídicas de sus habitantes. Entre otras
normas, habla de las viudas, que deben hacer ofrendas a la iglesia cada lunes
durante los dos primeros años, en memoria del difunto, de las relaciones de un
extraño con mujer casada, castigadas con
la horca y confiscación de sus bienes, del
allana miento de morada, también castigado con la horca y
confiscación de bienes, de las relaciones con
los àrabes y judíos, sus negocios y propiedades, del castigo a pagar
trescientos sueldos a quienes prendan fuego al monte, etc.
En el fuero
se habla de todo ello y, como dato curioso,
también de la conservación de los montes, de la caza de perdices,
liebres y conejos, y de “que non se echen
yervas en las aguas para matar el pescado y que ninguno corte árbol” (2)
Hay que tener
en cuenta que la caza y la pesca constituían una fuente alimenticia
de inestimable importancia de aquellos hombres medievales, además de
servir de diversión para los señores.
Los pleitos y problemas entre los vecinos,
como robos y hurtos, homicidios,
altercados, riñas, allanamientos de morada, problemas de linderos y
propiedades, testamentos,… se resolvían todos, al principio, por las
autoridades de la villa principal.
Con el fin de facilitar su gobierno y la recaudación de impuestos, el
Alfoz de Ledesma se dividió, al principio, en cinco zonas administrativas,
llamadas RODAS: Eran las de Villarino , Mieza, Cipérez, El Campo y
Garcirrey.
El Alfoz de Ledesma dividido en las cinco Rodas en 1500
El señorío de realengo del Alfoz de Ledesma, aunque
con interrupciones, permaneció hasta la segunda mitad del siglo XV. A finales del siglo XIII lo administró el
infante D. Pedro, muerto en 1283, hijo de Alfonso X. A la muerte de
D. Pedro, lo heredó su único hijo D.
Sancho. Este último lo administró
desde su palacio o casona de Monleras en que vivió hasta su muerte en 1312.
Palacio de Monleras, hoy casa privada, donde vivió el infante D. Sancho,
nieto de Alfonso X el Sabio. Desde aquí administró el Alfoz de Ledesma, hasta su muerte en 1312
En 1429, El Rey Juan II convirtió
Ledesma en condado y lo cedió a D. Pedro
de Zúñiga García de Leiva. Posteriormente, en 1462, el rey Enrique IV, con motivo del nacimiento
de su hija Juana la Beltraneja , que se
enfrentaría posteriormente a Isabel la Católica por el reino de
Castilla y cuya paternidad se atribuye a su valido D. Beltrán de la Cueva ,
duque de Alburquerque, concedió a
éste el condado, pasando a sus
descendientes hasta la disolución del régimen señorial en el siglo XIX, como
consecuencia de las ideas de la Revolución Francesa y por decisión de las Cortes de Cádiz en 1812.
Ledesma y su
Alfoz tuvieron su época de esplendor durante
los siglos XV y XVI. en que proliferaron también las familias hidalgas que se agrupaban en una
asociación con el nombre de “Hijosdalgos
de Santiago” para defender sus privilegios y la pureza de sangre, obsesión
nacional enfermiza durante muchos siglos.
Los duques de
Ledesma eran auténticos señores del territorio, de sus habitantes, y sus haciendas,
dotados de una serie de prerrogativas y privilegios que los constituía como la
máxima autoridad, por encima de cualquier otra que no fuera la del Rey. Hacían
y deshacían según su criterio e
intereses, sin rendir cuentas a nadie, excepto cuando tenían que servir a la
casa real con soldados o con impuestos.
Siguiendo el
libro “Ledesma 1752, (3), transcribimos algunos de los derechos, privilegios y rentas de los que estaban
investidos los condes, que nos darán una
idea aproximada de su poder de decisión sobre
personas y haciendas, dentro de su territorio. Disfrutaban de:
- “El señorío y la jurisdicción civil y criminal (juzgar y condenar).
- Facultad de poner regidores, tenientes de alcalde, alguaciles y escribanos.
- La alcaldía de sacas y registros, y la de peso y descaminado ( especie de decomiso).
- Derecho por registrar caballos, yeguas y rocines.
- El pedido ordinario, (de servicio al duque o a pagar una cantidad).
- El derecho de yantar, es decir, de alimentar a los señores y al séquito cuando iban por los pueblos.
- Renta de correduría a los vendedores, compradores y tratantes.
- Renta de cambio de moneda.
- Renta de ejecuciones a los que tengan que ejecutar cualquier deuda.
- El derecho de martiniego, llamado así por cobrarse el día 11 de noviembre, San Martín.
- Nombramiento de procurador general de la villa.
- Alcabala (impuesto) del pan, vino garbanzos, carne, paños, cerdos, vacas, lanar, cabrío, del tocino, corderos, cabritos, etc. y resto de productos objeto de compraventa”.
- Portazgos impuestos por cruzar los puentes con ganado.
A partir del
siglo XVII, con la decadencia de España, debida en gran parte a los distintos
frentes abiertos en Italia, Flandes, Francia y América y a las guerras con
Portugal, a los que hay que enviar multitud de jóvenes, las arcas reales se ven
necesitadas de nuevos y más gravosos impuestos.
Esta situación se ve agravada en la zona oeste
del Duero por verse directamente involucrada en las contiendas con Portugal,
cuando luchaba por su independencia, conseguida en 1641. Las escaramuzas eran
frecuentes y los daños que se sufrieron en esta parte de las Arribes fueron
considerables.
El consistorio de Ledesma, y por tanto los núcleos
de población que de él dependían, debía correr con los gastos de las tropas
contratadas para luchar contra los portugueses y, además, contribuir a las
arcas reales. Pero la carencia de mano de obra por la falta de jóvenes y la
emigración de los colonos hacen al campo
menos productivo, por lo que los condes de Ledesma ven disminuir sus ingresos. Ante tal situación se
ven obligados a aumentar los impuestos, lo que trae, como consecuencia, más
abandonos del campo y menos atractivo
para posibles nuevos colonos.
Durante el
siglo XVIII, el declive del Alfoz se va acentuando aún más, hasta su
disolución por las Cortes de Cádiz en 1812.